La recurrencia de actitudes que agreden la fuerza exponencial de la unidad, ha contribuido a erosionar la credibilidad en la oposición. El país ha percibido que la unidad, reducida a garrocha electoral opositora, ha pasado a ser un fardo incómodo, al que pocos están dispuestos a sostener.
La subestimación de la unidad revela discrepancias de los medios respecto a los fines. La élite partidista no está convencida de encarnar una causa nacional. Entre sus tareas diferidas sigue la necesidad de abarcar los intereses de todas los actores para una transición en el campo de la oposición y también en sectores oficialistas y de la sociedad.
No distinguir entre realidad y deseos lleva a sustituir el trabajo concreto de la oposición por espejismos. En esos extremismos de ficción el papel principal se delega a otros. Las fuerzas de cambio son los extras. Es el golpe, la invasión tipo Falke o la más delirante convocatoria a una entente de ejércitos extranjeros lo que surge de la renuencia a elaborar y aplicar una estrategia de cambio democrática frente a un régimen cada vez más reducido a contener las demandas de cambio.
La elección de Barboza es un momento para identificar a la Asamblea Nacional con los sectores que son masacrados por la sobrecrisis que impone el gobierno y para reconquistar sus funciones institucionales, incluida la de presentarle al país y al Ejecutivo medidas concretas contra la inflación y para la recuperación del ingreso real, la protección al trabajo, alicientes a la producción y a las inversiones. Legislar hoy exige llegar a puntos de cooperación con el Ejecutivo si se quiere empoderar legalmente a los más necesitados de la ayuda de un Estado que los discrimina por no tener un carnet oficialista.
Es también la oportunidad para lograr que la negociación permita nombrar un nuevo CNE, generar condiciones para realizar elecciones presidenciales justas y transparentes, lograr la libertad de los presos políticos y el respeto a la Constitución Nacional vigente. El parlamento debe reforzar las relaciones internacionales dirigidas a restablecer la democracia sobre nuevas bases.
Ya el país no resiste que sus instancias políticas ignoren o jueguen con la espeluznante crisis que hace de la vida un infierno diario. Al gobierno se le agota el uso de la crisis como instrumento de control, dependencia y sumisión. Se generaliza una fuerte contradicción política y emocional entre el país y un ´muy pequeño círculo de altos funcionarios, civiles y militares, que se han apoderado de instituciones fundamentales del Estado para ponerlas a su servicio.
La oposición por su parte, debido a causas propias y efectos de una campaña para reducirla, vive una crisis de credibilidad. Su separación de los padecimientos colectivos, el abandono de su enraizamiento social, el olvido de funciones partidistas básicas tienen que ser superados o no habrá oposición. A temas como la selección de un candidato presidencial unitario o la construcción desde los ciudadanos de una maquinaria de defensa del voto no se les debe dar larga.
@garciasim