Si el futuro es caos como en las películas de ciencia ficción, en la vida real el chavismo que lidera Maduro y el alto mando castrista en Venezuela parecen haberlo adelantado.
Colapsamos inevitablemente en los últimos 5 años de expropiaciones, cierre de empresas, controles, violación de la propiedad privada, contrabando y bachaqueos permitidos.
Después vino la hecatombe con la destrucción de nuestro signo monetario utilizado para el vil lavado, la destrucción de las empresas de producción que fueron expropiadas, un Estado que obligó a los comercios a vender a pérdida, la criminalización de la productividad que espantó a los proveedores nacionales de alimentos y medicinas y una inflación descontrolada que para algunos es casi inducida.
Para los ojos de quienes se fueron hace un año del país y retornaron brevemente para visitar a sus familiares en navidad, el país es un mal olor de pánico avisando un doloroso augurio. Las luces y el sonido de las gaitas fueron sustituidas por el sonido del impertinente enjambre de moscas habitando kilómetros de basura, abandono y colas en las calles. Miradas sorprendidas por el deterioro súbito.
Venezuela lo perdió casi todo en el último quinquenio. La economía según cifras de la consultora Ecoanalítica quedó reducida a un 35% con un déficit fiscal del 17 % del PIB y una inflación que cerró el 2017 con un 2700 % histórico convertido en record mundial, así como una rareza para una nación con las mayores reservas del mundo, que ahora son utilizadas para el beneficio de países extranjeros.
Luego de anunciar por sexta vez en un año el aumento de un 40% en el salario, Maduro asegura, sin ningún prurito de preocupación, que los venezolanos vivimos en mejores condiciones que hace un año, cuando su írrito aumento se hizo polvo cósmico, ipsofacto, ante un cartón de huevos que viste los 180.000 bolívares, o una mínima lata de atún, o un inalcanzable litro de leche cuyos precios superan los 100.000 bolívares por unidad, imposibles de adquirir para un profesional y menos para un obrero asalariado con sus efímeros ingresos. Por supuesto que el actual mandatario solo se refería a los logros alcanzados por un carnet de la patria que utiliza el hambre como carcelero.
Freddy Bernal, el lugar teniente del plan que induce a los cada vez más pobres a una lealtad obligada por una caja de comida de baja calidad, dice que gracias a los Clap el país se reencontró con la navidad que ellos mismos le negaron. Pero si los Clap hubiesen satisfecho necesidades primarias de alimentación en diciembre, no habría tanta desesperación de hambre en enero, lo que da cuenta primero, que los Clap son un fracaso, o que los saqueos de los primeros días de enero son parte de una incitada estrategia para ocultarlo?
Recuerden que para un gobierno forajido nada mejor que gobernar con un “pueblo” a su imagen y semejanza, uno que confunda las protestas contra responsables de la crisis, por el saqueo y ruina de otros venezolanos, los héroes de la iniciativa privada que se atrevieron a quedarse en vez de huir, muchos de ellos, pequeños comerciantes, declarados en medio del llanto en bancarrota.
Venezuela será un laboratorio de conflictividad social para este 2018 con una hiperinflación prevista en 30.000%, una cifra que escapa a toda imaginación de oferta y demanda porque las únicas medidas que pueden desmontarla son políticas.
¿Quiénes pueden desmontarla? ¿El grupo de poder capaz de imponerle una constituyente fraudulenta a una protesta ciudadana de 4 meses y teñir el mapa de gobernantes y alcaldes militares procubanos en dos elecciones sin garantías ni tinta indeleble?
Seguimos con la economía, un informe de la Cepal asegura que para el 2018 la economía venezolana se contraerá 5,5%. Aquí cae toda ilusión.
El economista Luis Oliveros cree que el paralelo se moverá al ritmo de la inflación por lo que estima que al cierre de este año la divisa norteamericana podría superar los 10 millones de bolívares por unidad. Otras estimaciones como las de Ecoanalítica son menos esperanzadoras cuando proyectan el paralelo para el cierre del 2018 en 16 millones de bolívares por unidad.
Las cifras de Ecoanalítica señalan también que con la aceleración de los precios, el poder adquisitivo de la población podría caer 50% entre un mes y el siguiente y luego quedar reducido en solo 25% del total inicial en solo ocho semanas. Prevé una caída de 7,3% como consecuencia de una reducción pronunciada de las importaciones y el desvío de muchos recursos al pago de la deuda.
Nos vamos a lo micro, en las panaderías y los comercios de Venezuela la angustia se vive un día a la vez. Las ventas en el segundo semestre del 2017 se redujeron en un 45% obligando a reducir el 18% de su personal. El pan nuestro de cada día, el producto más económico que puede llevarse un venezolano a la boca, sufrió un incremento de un 80% en agosto, 100% en septiembre y 138% en noviembre; para febrero del 2018 muy pocos podrán adquirirlo y con las medidas persecutorios impuestas a los comercios para obligarlos a vender por debajo del costo, se estima que simplemente desaparecerá.
Nadie cree que el gobierno, ni los políticos de la oposición, ni los países vecinos entiendan realmente que el tiempo se agota para los millones de rehenes que quedamos dentro.
@damasojimenez