No se salva nadie en el mundo político venezolano.
Las últimas mediciones de opinión pública reflejan claramente lo que todos y cada uno de nosotros, en nuestros propios espacios, constatamos diariamente: muchísima gente dejó de creer en los políticos venezolanos.
Si uno dirige la mirada hacia el sector oficialista, los números negativos son más que evidentes. Atrás quedó aquella época que se presumía eterna, en la cual el proyecto politico chavista contaba con apoyo mayoritario.
Atrás quedó Chávez y su capacidad de hipnotizar pendejos y no pendejos.
Los escuálidos números de apoyo al régimen se reparten entre ilusos, enchufados, militares, oportunistas y vendidos… o cualquier combinación de los anteriores.
En cuanto a la oposición, también atrás quedaron los felices días siguientes a la maravillosa victoria electoral de la Asamblea Nacional, en Diciembre de 2015.
En tiempo record de dos años, la dirigencia opositora logró la proeza de botar todo el capital político alcanzado… ¡y más! Se cuenta y no se cree. Felicitaciones.
Aparte de la dantesca situación económica y social que incluye el fenómeno de una hiperinflación, una permanente y extendida escasez y un cuadro humanitario típico de un país en guerra, el 2018 nos recibe con algunos datos políticos:
La posibilidad de elecciones presidenciales adelantadas.
Una negociación, diálogo o como se le quiera llamar, que se desarrolla con grandes obstáculos, variadas críticas, rumbo incierto y un halo de desconfianza a su alrededor.
Una oposición dividida y, más que eso, peleada entre sí en todos los niveles.
Una mayoría aplastante de dos tercios o más de la población que no confía en los partidos políticos, la Asamblea Nacional, el Gobierno, las Fuerzas Armadas, los tribunales de justicia, el CNE y los políticos en general.
Solamente la Iglesia como institución se salva en la opinión pública, alcanzando cifras positivas.
La esperanza de la gente en el futuro se disipa: también para dos tercios la situación del país va para peor.
La emigración aumenta día a día, en especial en sectores opositores, restándole importante cuota de votos al sector antirégimen. Se presume que en poco tiempo, un 25% de los votos opositores podría estar en el exterior.
Casi un 50% de la población no se identifica ni con el chavismo ni con la oposición. No alineados.
Una renovada capacidad de la dictadura para “ganar” elecciones mágicamente, utilizando variadas trampas, viejas como la presión social, y novedosas como el llamado “carrusel”, ayudados por la tendencia abstencionista del voto opositor.
A pesar de todo el catastrófico cuadro anterior, un dato que llama la atención es que la gente se muestra bastante inclinada a votar en el caso de unas elecciones presidenciales. Una explicación podría ser que se entiende que ese es el escenario del todo o nada… el escenario capaz de cambiar todo el juego.
Es verdad que la crisis es económica. Pero la única solución es política: cambio de conducción gubernamental.
Dentro de este esquema, es obvio que el sector político opositor debe entender que ese objetivo difícilmente se alcanzará presentando una figura tradicional.
Tampoco se logrará con un saurio político, o un típico salvador oportunista “equilibrado”, o un yoísta.
El contexto hace imprescindible el lanzamiento de un outsider que genere emoción y que haga vibrar de nuevo las fibras de libertad, prosperidad y democracia de la aplastante mayoría de venezolanos que queremos acabar con esta pesadilla.