Pero ese equilibrio usualmente no se cumple. La política, en el sentido más amplio de la palabra, entendida como la movilización de cualquier grupo para imponer sus intereses tiende a distorsionar la economía y viceversa, la economía a la política.
Los intereses económicos distorsionaron la política en Venezuela, cuando el Partido Conservador y Páez gobernaron en función de sus intereses comerciales e importadores justificándose con una ideología liberal europea. Este enfoque economicista distorsionó la política al generar grandes diferencias entre los comerciantes ricos y los agricultores pobres, una de las causas de la Guerra Federal y del encumbramiento del Partido Liberal, el cual puso el énfasis en la intervención del Estado. Y nunca hemos superado este sesgo hacia el desequilibrio contrario: la política distorsiona la economía, tratando como paria al empresariado. Pero este desequilibrio también se paga por qué un país con ventajas naturales y sociales, en vez de ser muy rico, es pobre y políticamente inestable.
Los mecanismos mediante los cuales se ha distorsionado la economía son la estatización; los controles de precios, tasas de interés y de cambio; la sobrevaluación de la moneda; y el discurso de la desconfianza de gobernantes y políticos contra el empresariado de manera de justificar la minimización de las empresas para limitar su poder político. Por eso implotó el régimen anterior y puede implotar el actual. Por lo que “El Reto de las Élites” sigue siendo lograr un entendimiento entre socialistas (la mayoría de los políticos así se definen), empresarios, sindicalistas y trabajadores.