Nadie podrá cambiar la realidad si no tiene -como mínimo y entre otras cosas- una caracterización precisa de ella y una valoración adecuada de la coyuntura. A tales fines, de pronto en la medicina encontramos un concepto que nos ayuda: “La catatonia es un síndrome neuropsiquiátrico caracterizado por anormalidades motoras, que se presentan en asociación con alteraciones en la conciencia, el afecto y el pensamiento”. ¿No es una buena descripción de la situación actual? En efecto, el país pareciera en estado catatónico. El régimen ha librado una guerra sicológica con éxito -por ahora- para dividir a la sociedad democrática, sembrar desaliento, instalar la idea de que no hay más alternativa que resignarse, ponerse de rodillas o irse del país. Esa operación sicológica -más que el CNE- le ha permitido algo insólito: ganar elecciones siendo una penosa minoría y lo peor, que la gente crea que pueden seguir ganando, sin importar la tragedia que hoy sufre la población.
Una parte del país se paraliza y otra dispara hacia su propia trinchera. La mejor expresión del “éxito” oficialista es la estúpida y suicida agresión de opositores contra opositores, como si el enemigo no estuviera claramente identificado en la acera del frente. Así las cosas, nuestra realidad puede entenderse como “un síndrome neuropsiquiátrico”. Superarlo es la clave para salir de la crisis y los síntomas de una franca recuperación serían: una unidad monolítica y una actitud proactiva de esa mayoría que es hoy el país democrático. La “anormalidad motora” asociada al estado catatónico del país no es sólo la parálisis del aparato productivo, el colapso en ciernes de los servicios públicos o la incapacidad del régimen para generar soluciones; hay que reconocer también nuestra inmovilidad como sociedad. El país se cae a pedazos pero cada quien atiende su propia emergencia, “nadie” reacciona, la mayoría espera que otro resuelva el problema y saque al gobierno. Lo más común es asignar la responsabilidad a “los políticos” y descalificar a quienes hoy asumen el riesgo de hacer política contra la dictadura. Tal cosa no es racional y unificar al país exige cordura. Tampoco se trata de desconocer que el liderazgo (no sólo político) ha cometido errores, tiene una cuota mayor de responsabilidad y la obligación de dar conducción al proceso. Más bien se trata de poner fin al juego de culpar al otro, bien sea al imperio, la derecha o la guerra económica; o que siendo opositor, crea que los responsables son la MUD, sus líderes o partidos, en cuyo caso -si no se ha dado cuenta- usted opina exactamente igual que Maduro y Diosdado Cabello. Obvio, en estas condiciones se dificulta movilizar al país.
En fin, estamos en un estado catatónico a juzgar también por “las alteraciones en la conciencia, el afecto y el pensamiento”. Salir de esta situación nos obliga entonces a ser conscientes y asumir cada quien su propia responsabilidad como ciudadano, sin dejar de exigir a otros que cumplan la suya. Además, urge recuperar el afecto entre nosotros, seguramente lesionado por esta guerra sicológica que promueven los cultores del odio y la violencia. Es hora de pensar y actuar con sensatez. Llega el momento del desenlace final y el país debe movilizarse, salir de ésta catatonia, enfrentar al régimen con la fuerza del amor y la razón, derrotar a esta dictadura con la convicción de que somos mayoría. ¡Dios bendiga a Venezuela!
Twitter: @richcasanova
(*) Dirigente progresista / Vicepresidente ANR del Colegio de Ingenieros de Vzla.