Durante más de una década, ya decidida su afinidad con el socialismo cubano, el gobierno de Chávez vino cocinando a fuego lento, sin necesidad de meter el acelerador a fondo, a la sociedad venezolana en su propia salsa, con la receta que le dieron en La Habana. O lo que es peor, con la misma conciencia del sapito que se estaba bañando en una olla de agua tibia, sin darse cuenta, hasta que se quemó, de que el agua estaba hirviendo.
A los venezolanos actuales les ocurre lo mismo que a aquellos jabalíes que merodeaban libres por el campo buscando bellotas y castañas, cuando de repente, un día apareció frente a ellos una empalizada cerca de la cual había mucha comida; poco tiempo después vieron otra pegada a la anterior, con la cual formaba un ángulo de noventa grados, no se preocuparon mucho pues había muchos frutos secos entra las dos y cuando querían comer del otro lado simplemente le daban la vuelta. Un día se despertaron con una tercera valla que con las otras dos conformaban una especie de callejón en forma de U, pero como seguía habiendo comida fácil y nada les impedía utilizar la única abertura que había, siguieron entrando y saliendo como si nada, hasta que acostumbrados a aquella situación, en la oportunidad que se les ocurrió salir se encontraron con que ya no había chance, pues una cuarta cerca les tapaba la única salida existente.
Quien puede negar que en estas casi dos décadas, nos han venido poniendo muros, tapias y barreras de todo tipo y que, ahora mismo, con Maduro, el agua de la cacerola está a punto de ebullición. Recordemos, tan solo, como se ha venido desarrollando, poco a poco, durante todo este tiempo, la estrategia de la acentuación del socialismo, rebautizado con el nombre de socialismo del siglo XXI y, como consecuencia de ello, la profundización de la revolución en todos los aspectos, en los últimos cuatro años.
Si como dice el manual revolucionario, es necesario destruir todo lo existente y desmontar las estructuras imperantes con el fin de poder construir una nuevas, entonces la revolución chavista va un bastante lenta, pues ni termina de acabar con la burguesía, ni la oligarquía tradicional, dando paso, más bien, a una nueva, integrada por sus propios protagonistas revolucionarios, como tampoco termina de establecer las bases para que se levante una nueva sociedad.
Aunque la revolución ha logrado arruinar el aparato productivo del país y horadar hasta el tuétano sus fundaciones económicas, no ha rematado la faena con su exterminio definitivo, quizás aguantada por una guerra económica declarada por ella misma y que requiere no ser finalizada para seguir soportando un marco ideológico, populista y electoral. Intentos varios de mecanismos de racionamiento hasta llegar a los CLAP y la “tarjeta de la patria”, así como de distribución controlada con el fin de provocar un desabastecimiento, forman parte de ese cuadro revolucionario de laboratorio económico-social. En lo político, una constitución “al dente”, desmantelada desde sus propios inicios y desgastada por su uso indebido, que culmina en su total pulverización con la creación de una constituyente usurpadora de la democracia, para repetir un acto lectoral espurio que legitime una elección amañada, nos deja una pequeña muestra de lo que un gobernante, que se quiera parecer a Fidel, puede hacer.
La verdad y la realidad se parecen y no puede pretenderse taparlas con un dedo, lo que me recuerda un pasaje en el metro de Caracas, hace unos ocho años, cuando un hombre de unos treinta años, con indudable acento cubano se montó en la estación de Sábana Grande, a eso de las diez de la mañana. Pasados unos segundos de su arribo, me preguntó por una dirección en el centro de la ciudad, que traía anotada en un papel, y que correspondía a la de una oficina gubernamental; le respondí dándole las señas e indicándole en que estación debía bajarse, lo cual me agradeció. De inmediato le pregunté de qué parte de Cuba provenía, a lo cual se me quedó mirando con evidente desconcierto, casi con la intención de negarlo, para luego preguntarme como había sabido que era cubano.
Y es que la realidad no puede ocultarse, por más que se pretenda.
@xlmlf