La hiperinflación en Venezuela es un carro bomba que explota en cámara lenta. Terrorismo urbano.
Los precios aumentan súbitamente de media mañana para el mediodía con una violencia descarnada. Un círculo vicioso que destruye patrimonios, borra de tu cara toda la normalidad que puedas disimular, te empuja al abismo del hambre y la desesperación en cada niño demacrado pidiendo en la próxima esquina, o en la camada de desempleados o indigentes hurgando de la basura. Nadie te salva, ni porque pases por un lado de la cruel postal con la única bolsa de pan que puedes llevarte a tu casa a un precio superior a lo que te costó tu vehículo.
Cada detalle de la vida se va haciendo impagable, las esquirlas de los precios queman en carne viva, la angustia corroe la garganta y la esperanza se paraliza cuando los billetes de 100, 500 y 100 mil bolívares terminan convertidos en mercancía que ya no encuentras en los bancos, sino entre mafias del mercado del lavado y del contrabando que te cobra el doble, a sabiendas que la moneda patria es un papelito sin valor que solo sirve para la propina que pagamos los venezolanos por la gasolina, o para pagar la merienda escolar de nuestros hijos que cambia de precio entre un timbre y otro.
Lo único que baja es el poder adquisitivo del salario, la fuerza de trabajo productiva. Es el cruce de 2 caminos: o la gente trabaja por nada o decide huir desesperadamente sin planificación alguna. ¿Qué perdimos? La confianza. ¿Quiénes? Primero la mayoría de los ciudadanos comunes, después los comercios que al no poder reponer la mercancía se ven obligados a cerrar sus “santamarías”. En países con historias similares la banca sucumbe y por lo general los gobiernos tampoco logran salvarse ante el reclamo de la gente que históricamente permanece unida contra los políticos responsables de la tragedia.
Con conocimiento de causa el gobierno procura adelantar las elecciones porque el tiempo juega en su contra.
La depresión y desesperación de la gente entró en estado de ebullición, la hiperinflación se agudiza y el gobierno prevé que un triunfo manipulado le podría dar la solvencia suficiente y necesaria para reprimir el hambre y perseguir la disidencia enemiga, como ocurrió en 2017 en la guerra de los 4 meses previos a la bomba atómica constituyente.
Maduro se muestra distante a la tragedia. Lo vital para el gobierno es sostener su premisa de que la revolución y el gobierno no son los responsables de las carencias del país. Pero como dice el diputado y economista José Guerra, “Maduro llevó la economía a los brazos del mercado paralelo en un ejercicio de irresponsabilidad e impericia del manejo de la economía.”
Su principal apóstol, el Jesucristo de la economía marxista, Alfredo Serrano Mancilla, la cuota del Podemos español en el holocausto financiero, mantuvo impávida su posición de que la hiperinflación en Venezuela es consecuencia de las sanciones internacionales contra los corruptos y no de la irresponsable emisión monetaria del modelo populista.
Esta semana en un artículo titulado “Domando hiperinflación: una perspectiva de un escéptico del monetarismo”, publicado en el website Caracas Chronicles y escrito por el experto Richard Vague, socio gerente de Gabriel Investments, presidente de The Governor’s Woods Foundation, y autor de The Next Economic Disaste, se desmiente a Serrano Mancilla explicando por qué el fenómeno hiperinflacionario venezolano sí fue causado por la impresión excesiva de dinero.
Vague señala que cuando hay un gran déficit recurrente y existe la incapacidad de obtener financiación a través de un tercero, los países recurren a una de dos cosas: Lo primero es vender deuda a su propio banco central, que ese banco central paga dándole moneda fiduciaria o haciendo un crédito fiduciario a la cuenta del gobierno que puede utilizarla para hacer pagos. Ambos son en efecto la creación o “impresión” de dinero nuevo. Lo segundo es simplemente imprimir más billetes, emisión que no está respaldada por cosas como oro, reservas o deudas. Dinero de la nada.
“Cuando un país recurre a esta estrategia, el valor de su moneda cae en picada en relación con las monedas externas como el dólar. Cuando esto sucede las personas e instituciones que mantienen su moneda se esfuerzan por tratar de vender la moneda a cambio de oro de una divisa externa más estable antes de que el valor de esa moneda siga cayendo. Esta venta masiva solo debilita aún más la moneda, creando una rápida espiral descendente mientras los precios pueden literalmente aumentar exponencialmente. En Alemania, a principios de la década de 1920, los precios aumentaron en diez a la potencia de quince. Una gran parte de la inflación proviene no solo del gran aumento en la moneda sino del hecho de que, con una moneda depreciada, el precio de los bienes importados se dispara. (Las importaciones son a menudo un factor importante en la inflación regular también).”
Sin embargo resalta, basado en la experiencia histórica de 56 países, que la hiperinflación se puede detener en un período de tiempo muy corto, a menudo solo días o semanas.
Escribe que el antídoto apropiado es detener el gasto deficitario y cita a Jeffrey Sachs, en su libro “El fin de la pobreza”, tomando como ejemplo la hiperinflación de Bolivia en 1985, detenida en semanas por la siguiente estrategia y cita:
“Buscamos un paquete de medidas fiscales que pudieran alejar rápidamente al gobierno de su dependencia del financiamiento del déficit del Banco Central. Pronto nos dimos cuenta en las discusiones con nuestros colegas bolivianos y al revisar los libros que, la clave presupuestaria estaba en el precio del petróleo. Los ingresos del gobierno dependen fuertemente de los impuestos a los hidrocarburos, principalmente pagados por la compañía petrolera estatal, YFPB. El YFPB fijó el precio del petróleo y la gasolina (en pesos). En general, el precio del petróleo se cambió cada pocos meses, por lo que el precio del petróleo cayó bruscamente en comparación con otros precios y en términos del dólar estadounidense durante el período en que el precio en pesos se mantuvo constante.
El bajo precio del petróleo estaba, a su vez, destruyendo el presupuesto. Dado que el presupuesto del gobierno depende de los impuestos sobre el petróleo, la base impositiva colapsó. Camiones enteros de gasolina estaban siendo contrabandeados a través de la frontera con Perú. Calculamos que si el precio de la gasolina (y de otros combustibles) aumentara diez veces, volviendo al precio mundial de alrededor de $ 0.28 por litro, este aumento en sí mismo cerraría la mayor parte del déficit presupuestario. Un paquete de otras medidas en el lado del gasto y los ingresos podría cerrar el resto.”
Pero por supuesto que no existe la voluntad política de parte del gobierno para tratar la infección y llevar a cabo un tratamiento quirúrgico que implicaría desmontar el excesivo control que los llevó irónicamente a perder todo el control.
Cuando Nicolás Maduro asumió la presidencia en abril de 2013 el dólar paralelo costaba 25 bolívares y hoy se ubica en 266 mil bolívares o millones como prefiera, cerrando enero 2018. El diputado Elías Matta revela con esta fotografía de ambas cifras lo que realmente es una destrucción sistemática de nuestra moneda.
“No hay bolsillo que lo aguante porque el dólar sufrió una depreciación de 1.063.900%. Venezuela ha dejado de percibir cerca de 90 mil millones de dólares por la baja en la producción petrolera, algo que tampoco asumen de manera responsable los encargados de este desastre gubernamental y que agrava la falta de divisas en el país”.
Un nuevo gobierno de Maduro solo podría prometer a los venezolanos un mayor aislamiento del mercado, la pérdida casi absoluta del negocio petrolero, la pérdida definitiva del control del bolívar, del petro o de cuanta moneda pueda ser inventada en adelante, y una implacable escasez de alimentos que desatará tarde o temprano la furia, imparable por cualquier represión de cualquier ejército. Puede ganar unas elecciones espúrias pero nadie le gana al tiempo.
¿Estará dispuesto Maduro a pagar tan alto costo de salida del poder?
@damasojimenez