José Luis Rodríguez Zapatero, me defendió ante el régimen de Venezuela, aún cuando entonces, este cronista había firmado una carta contra él, junto a otros venezolanos meses antes. Purgaba condena en el servicio secreto, la temida policía política, a las órdenes de Nicolás Maduro, por delitos de financiamiento al terrorismo y legitimación. El chiste se cuenta solo.
Desde entonces, nos encontramos, bajo la figura de Timoteo Zambrano, eludiendo el tema ideológico, y centrándonos en las coincidencias de la necesidad de un consenso para que Venezuela volviera a ser un país, y que la política pasara del insulto y la violencia, a los acuerdos concretos. Para que la gente sintiera que la política, servía para algo.
La última vez que le vi, fue en Caracas esta semana, previo al anuncio de un diálogo fallido en Dominicana. Estaba exhausto, y muy pendiente al teléfono. Me miró con escepticismo, cuando le di mi opinión sobre la dirigencia con la cual intentaba llegar a un acuerdo. Fui testigo de excepción ese día, y otros, de cómo dirigentes como Leopoldo López y Julio Borges negociaban en privado, lo que en público les daba vergüenza.
En un aparte de la conversa, por primera vez bromeó, sobre mis ideas a las que catalogó de neoliberales. Aproveché para darle mi visión del Gobierno, de su red clientelar, y el empobrecimiento de Venezuela.
Ese día entendí que Zapatero, había cometido un error, no valoró bien a sus interlocutores, al tratarlos como los políticos que no eran. Por una parte, tenía a una soldadesca ciega, defendiendo una democracia que sólo existía en sus húmedos sueños. Y por otra una oposición, conformada por un vendedor de comidas al Gobierno, y otros tanto, que habían ordenado que los diputados abandonaran el Congreso, y se fueron a liar con la policía en las calles.
Tampoco entendió Zapatero, que la oposición al régimen, cometería por su inexperiencia los mismos errores que quienes se opusieron a Mugabe, los cuales contribuyeron al saldo en cuenta que le permitió estar en el poder 37 años, cuando desalojaron la vía de una salida de consenso, y optaron por la bayonetas y pistolas. Mugabe siempre tuvo más balas, más bayonetas, y más dinero inflacionario para lanzar migajas a una población hambrienta que él mismo había convertido en bestias de cargas, al sacarlos del noble puesto de ciudadanos.
No siempre se puede gobernar en democracia por consenso, pero después de una dictadura, y yo creo que en Venezuela lo es, porque la gente ha perdido su libertad económica, la libertad de decidir su vida, independientemente del gobierno, no se puede volver a la democracia sin consenso.
El consenso amerita coraje personal, porque siempre significa remar contra corriente, las pasiones, el odio, y la ortodoxia. Siempre situaciones excepcionales, reclaman soluciones del mismo tipo. Pero qué coraje podía haber en un ex presidente de la AN que se deja empujar por un coronel, en el Congreso. U otros que, se pintaron el pelo o se escondieron cuando el Golpe militar apareció en el 2002.
Con estos, negociaba Zapatero, y ambos despreciaban el consenso, porque impedidos como estaban en momentos difíciles de defender su propia dignidad personal, no pueden dirigir y representar a un país, con las profundas heridas de Venezuela. Son huérfanos del coraje que necesita la crisis del país, y el consenso para abandonar la dictadura, y volver a la democracia.
El consenso tiene que terminar para dar un vuelco al populismo, y al hombre mágico señalando los destinos de la República, y construir una sociedad libre. Pero para que termine, tiene que comenzar. Y su único objetivo, es poner en orden, la convivencia de la democracia que niegan las dictaduras.
Y algún día quienes logren ese acuerdo, se volverán a reunir para anunciar que, el consenso ha terminado, pero no para librase de su peso, sino para expresar el reconocimiento que merecerá su importante contribución al proceso de una Venezuela plural, sin caudillos y con libertad económica, el principal síntoma de una verdadera democracia.
Quizás el consenso produzca decepciones en ciertos sectores. Y ello requiere que, a la ingratitud de las incomprensiones, quienes queremos un país distinto demos la gratitud de la certeza de que la historia juzgará el consenso como uno de los pilares básicos de la Venezuela moderna, que no existe hoy, porque Venezuela no es un país, sino una aldea en ruinas.
Lo que viene es más improvisación, y contradicciones, que aplastarán a un sector del Gobierno y la oposición que ya no representan sino a sus propios laberintos. Pero, el consenso en un “receso indefinido”, como lo catalogó el presidente Danilo Medina, tendrá el momento, después de los marines, el fraude, y los muertos. No lo sé. Pero habrá, tiempo, espero verlo, para que demos una prueba de la madurez y responsabilidad a la hora de defender los verdaderos intereses del país.
Como ex preso político, de un régimen ominoso, y con las distancias ideológicas con él, no puedo ser mezquino con Rodríguez Zapatero, y le reconozco su esfuerzo, la liberación de varios presos, pero sobre todo su error de creer que mediaba entre políticos, y no entre borrachos que el alcohol ya no les hace ver la realidad de un país que no representan.