Uno de los puntos coincidentes entre mis amigos de pláticas esenciales y diatribas interminables es que en Venezuela las noticias se viven en mayúsculas. La conmoción se regala a diario en las páginas apretadas de los pocos diarios que todavía circulan, mientras las redes sociales en muchas ocasiones, se vuelven un revoltijo de incoherencias emocionales.
Ahora todos en el planeta conocen a nuestra nación por sus descalabros. Y lo triste es que saben de ella más por su debacle económica, política y humanitaria, que por toda su exuberancia natural, la policromía de sus manifestaciones artísticas y sus riquezas petroleras inigualables.
Era un hecho previsible desde hace casi 19 años, cuando comenzó esta agenda terrible para la noticia desconcertante. En Chávez siempre existió un vocablo insultante que paraba los pelos o una expresión burlesca para la risotada. La prensa se atestaba de sus intervenciones y sus peculiaridades para el desorden; sus irremediables enfrentamientos con todo aquel que no se declarase su partidario o no le extendiese la mano para apoyar alguna componenda.
Recuerdo que tuve un jefe controversial, afable por capricho y antipático por convicción, a quien le entregué un trabajo periodístico dedicado a los gobernantes pintorescos. Por supuesto, Chávez encabezaba la lista. Pasaron varios días y no salía publicado. Cuando le pregunté por el destino de mi atrevida redacción, me dijo con una solemnidad a toda prueba: “He salvado tu permanencia en el periódico”.
Hoy la tierra de Bolívar está en la palestra como nunca antes. Es la comidilla mundial, no sólo porque a los países se les abrieron los ojos para entender que la realización de elecciones no es la garantía para la existencia de democracia, sino porque el hambre, la desolación, la carencia de medicamentos y la huída a diario de miles de venezolanos resulta tan turbulenta como dolorosa.
Por ello, la migración de tantos venezolanos a Colombia ha generado tanta confusión, que el país neogranadino no sabía si dejarlos pasar como siempre, ponerles una barrera militar infranqueable o sólo empujarlos con violencia para que se devuelvan, como se vio en varios videos dolorosos por las redes sociales.
Esa sensación perturbadora tiende a mundializarse de tal manera, que los propios Estados Unidos tienen en la madeja de sus decisiones extremas, el hacer algo con Venezuela, más allá de emitir declaraciones polvorientas y reiterativas, descalificando a un régimen que le perdió el miedo a la ilegalidad cuando se le cayó la máscara institucional.
Por ende, esta gira efectuada por el secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, por México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica, tiene el casi irrevocable propósito de resolver este enredo provocado y estudiar sanciones petroleras como medidas de presión.
Con ceremoniosas palabras ha dejado claro que no tiene otra intención que “sancionar el petróleo venezolano, prohibir su venta en EEUU o la refinación de productos provenientes de Venezuela”, como dijo en tierras rioplatenses la semana pasada; o “estamos desilusionados al mirar todo lo que ocurre, cuando en un tiempo fue una democracia próspera y ahora se desmantela frente a nuestros ojos”, como también precisó sin titubeos en Jamaica, mientras explicaba sobre la realización de un grupo para analizar cómo mitigar el impacto de estas acciones en los ciudadanos de nuestro país como en la región.
Atosigar económicamente al gobierno venezolano, con su único producto básico de exportación, no se pinta como el “probarás una cucharada de tu propio chocolate” o el zurrarle en las narices la puerta de la venganza. La idea es lograr que el régimen suelte el poder e iniciar la recuperación de un país destripado para su dominio. La libertad se observa confusa, pero por lo menos algo se mueve en el mundo. Ojalá tengamos pronto la mejor noticia, una nueva independencia que encabece hasta los periódicos chinos.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
@Joseluis5571