Estos últimos años han devenido marcados por la impotencia política. Aquello que uno de mis autores preferidos señalaba se cumple una vez más: En Venezuela uno vive permanentemente en vilo, como si algo grave estuviera siempre a punto de ocurrir. Así mismo estamos ahora: la invasión, la tenaza, los marines, el golpe, el convencimiento, por fin, de los militares, las amenazas de todos los imperios que se ciernen sobre nosotros en su lucha por el botín. Sin embargo, todo parece seguir su curso, su rumbo hacia nuestra calamitosa destrucción.
Falta un estadista. Eso no se construye; no hay recetas efectivas para ello. Falta olfato en esas narinas atosigadas por la rinitis o la sinusitis, cuando menos. Falta claridad y faltan deseos reales, concretos, para salir de esta situación tan larga hacia una mejor, aunando, consensuando.
Estamos situados en la impotencia política, hermana de la sexual; nos cuesta, nos costará salir de este embrollo geopolítico que se han trazado algunas potencias y tienen al líder Maduro y sus secuaces cada vez más apretados por una Soga de niebla (título de una obra antidictatorial de un comunista venezolano: César Rengifo), sólo que la soga simbólica se va cerrando efectivamente en el apretujamiento causado desde todas nuestras fronteras: Esequibo, Brasil, Colombia, Trinidad, Aruba, Curazao, Bonaire.
Aún así, la impotencia se siente; un sector de la oposición, a días de una elección presidencial impuesta por el poder, no se atreve a presentar un candidato para que sea derrotado por el gobierno tal vez más deslegitimado mundialmente de toda nuestra historia. Pero tampoco se atreven a cerrar filas con la mayoría, pues sería darle la razón a otros sectores de la oposición en su supuesto juego de la anti-política. Son impotentes en sus ánimos de imposición. De ser sí y concretar sus temerarios objetivos divisores, saldremos de una tiranía a otra, de la tiranía impuesta por chinos y rusos a la impuesta por EEUU; menos mal que en medio está ese adalid democrático llamado Luis Almagro.
Dice Pío Miranda en El día que me quieras, de Cabrujas, que Stalin pregunta: “Camaradas, ¿cómo se llena un vacío?” Si de cerveza fuera en Venezuela sabríamos de inmediato cómo llenarlo. La alusión de Cabrujas es a la vez erótica y política. En eso andamos, buscando todos la forma de llenar un vacío desde la más pura impotencia. En la misma obra el autor caraqueño insiste, cuando Gardel le explica a Pío: “… ¿para qué sirve el hombre, Miranda? O machea y la colgadura se endurece o piensa y la colgadura se ausenta”. Antes lo dijo Ramos Sucre: “Los hombres se dividen en mentales y sementales”.
No ha habido disposición para salir de esto usando las armas de la política y la diplomacia, hasta ahora, pura bagatela, puro preguntarse acerca del llenado del vacío.
Desde luego sería una horrible mácula histórica una intervención armada. Es obligante un acuerdo que permita la gobernabilidad desde el día siguiente, un pacto para la transición, larga, ordenadora, potenciadora de todas las posibilidades, para después convocar la verdadera consulta electoral.
Pero no. Se columbra de nuevo la imposición de bandos gananciosos, de botineados, de rapiña, porque para luego les luce tarde la obtención del poder. Así no es la búsqueda del equilibrio democrático Eso resultaría en una nueva e inaceptable imposición tiránica. No voto por eso.
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