Muchos compatriotas creen -con sobrada razón- que la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ha sido un rotundo fracaso, pues no logró su objetivo fundamental: desalojar al chavismo del poder y que, ni siquiera, supo cobrar su clamoroso triunfo obtenido en las elecciones legislativas del 6 de diciembre de 2015.
Yo, contrariamente a lo que opina la gran mayoría de mis conciudadanos, creo que pocas organizaciones políticas han logrado tantas metas; que la MUD se inscribe entre las organizaciones más exitosas de Latinoamérica, capaz de mostrar un palmarés sin igual.
Esta visión tan heterodoxa del desempeño de ese pool de partidos políticos, deriva de mi convicción de que los verdaderos objetivos de la MUD eran totalmente contrarios a los que pregonaba. A riesgo de parecer tremendista, me atrevo a decir que la MUD nunca quiso lo que dijo querer. Recordemos, aun cuando parcialmente:
En el año 2012, acepta el adelanto de elecciones presidenciales, que desde 1958, se habían efectuado en el mes de diciembre; esto hizo posible que un Chávez moribundo fuera candidato y pudiera, como luego efectivamente sucedió, traspasar el poder cual herencia privada. Si en aquella ocasión no se hubiera admitido el injustificado adelantamiento, el chavismo no hubiera tenido oportunidad alguna de hacerse con el triunfo, pero pasó lo que ya es historia y Henrique Capriles salió –presuroso- a reconocer la dudosa victoria de quien muriera pocos meses después.
Al año siguiente concurre de nuevo a elecciones presidenciales, con el mismo candidato, pero esta vez contra el muy gris Nicolás Maduro, designado sucesor político por Chávez. En el ambiente flotaba el temor de que los votos electrónicos que iba a producir el inauditado Registro Electoral Permanente (REP) y el avasallante y creciente ventajismo que se venía observando desde votaciones anteriores, podían determinar el resultado final, ese que la inefable Tibisay Lucena llama irreversible; pero a pesar de esas fundadas sospechas, poco se hizo para acopiar y resguardar las actas electorales que hubieran generado una tibia esperanza de que el resultado real fuera reconocido oficialmente. Capriles, en vez de llamar a la calle al pueblo para exigir respeto al artículo 5 constitucional y con las masas desbordadas en todo el país, demandar una exhaustiva revisión de todas y cada una de las urnas y el cotejo con sus respectivas actas, optó por hacer una solicitud formal de auditoría ante el Consejo Nacional Electoral que, como era de esperarse, negó de plano.
El 6 de diciembre de 2015, la MUD concurre a elecciones legislativas y obtiene las tres quintas partes de los votos y una mayoría calificada. Pero este triunfo que fue calificado de «popular», a pesar de que el 80% de los candidatos fue señalado a dedo, para lo único que sirvió fue para que los partidos llenaran de sumisos activistas la Asamblea Nacional, los cuales cumplen sin chistar las órdenes que les giran Ramos Allup, Julio Borges, Manuel Rosales y Leopoldo López, quienes son los verdaderos depositarios de la soberanía popular.
Luego aceptó el desconocimiento de los tres diputados indígenas y, con él, la pérdida de la mayoría calificada, no sin antes presenciar pasivamente el nombramiento de unos rectores del CNE y de unos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia designados entre gallos y medianoche por la saliente A.N., presidida por Diosdado Cabello.
Mas hay otros eventos que llaman a reflexión y alborotan las suspicacias: la mega marcha del 1° de septiembre, que se estima movilizó a más de 1 millón de personas y fue disuelta apresuradamente antes de las dos de la tarde por un Jesús Torrealba que parecía más interesado en congraciarse con el régimen que en lograr el objetivo propuesto. Luego, vino el referendo consultivo del 16 de julio que, a pesar de las dificultades logísticas, recibió un inmenso apoyo popular, pero que la MUD no quiso hacer valer y echó, como otros varios logros de la ciudadanía, al ominoso sacó del olvido.
¿Cómo se explican todas estas extrañas conductas? Simplemente, a pesar del título de opositora que ha manejado como una franquicia, la MUD jamás ha sido oposición y mucho menos ahora, cuando desvergonzadamente se dispone a concurrir a una elección presidencial convocada por la írrita Asamblea Nacional Constituyente.
Pero lo más grave de todo fue su política de marchas sin destino, bailantas sin sentido y cacerolazos inútiles; con ella nos hicieron sentir pusilánimes, temerosos y, por tanto, merecedores de una larga esclavitud al estilo cubano.
Si acaso la injerencia humanitaria (que preferimos llamarla urgencia humanitaria) no impide que se materialice el proyecto electoral del régimen, para la MUD la cantada derrota del 22 de abril será su última victoria. Amén.
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14 de febrero de 2018