José Aguilar Lusinchi: De prostituta en El Caribe. El primer postgrado

José Aguilar Lusinchi: De prostituta en El Caribe. El primer postgrado

José Aguilar Lusinchi @jaguilalusinchi
José Aguilar Lusinchi @jaguilalusinchi

 

Los pensamientos volvían junto con pequeños momentos de lucidez. Los recuerdos de su pasado llegaban en imágenes de máxima velocidad a una mente que además ya estaba agotada. La exhalación era mucho más rápida que la inhalación, y sus pulmones no llegaban si quiera a saciarse. Todo indicaba que, el efecto de su herramienta de trabajo ya estaba pasando.

Allí frente al espejo de una habitación en República Dominicana caen lágrimas oscurecidas por el rímel desde su pómulo a su mejilla, mientras siente un dolor que fluye por dentro de su cuerpo sin ningún punto específico que pueda señalar.





Ciento cinco. Ese es el número que revienta su mente mientras su cuerpo cae de espalda para reposar en la pared. Ciento cinco, pero todos aún mantienen el mismo olor con diferentes rostros que el primero de ellos. Ciento cinco una y otra vez mientras su mirada tiende a perderse y su mente empieza divagar en recuerdos hasta que los nudillos de ese cliente hacen sonar la puerta.

Podría continuar así la historia, pero quizás sea necesario para el lector contarla desde sus inicios.

Tres semestres más se veían interminables. Caminar las calles cercanas a su casa ya era desafiante. Ir a la universidad a sabiendas del sacrificio de sus padres le parecía inaceptable. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Comprendió que debía salir del país, pero no tenía cómo. Había que encontrar la forma fuese cual fuese.

A pesar de su ardor interno aún nada había podido desequilibrar lo que ella llamaba en su cuaderno de cuentos, la balanza personal. Pero aquello, llegó. Una llamada al teléfono de su casa dio aviso que una bala fue disparada en el rostro de su hermano para robarlo. Pero no fue hasta seis horas más tarde, al ver su madre hincada en el suelo de una sala de hospital que se rompió su espíritu.

Fue entonces que comprendió que la decisión no era por ella. Pensó en su hijo que no tiene si quiera para vacunarlo y alimentarlo. Pensó en su hermano que esta postrado en un hospital y no tiene para apoyarlo. Pensó en su mamá que hace lo que puede para unir a la familia ante la crisis. Pensó en su papá que le cuesta conseguir el pan. Vale hacer énfasis que, a pesar de encontrarse a segundos de tomar la decisión que la llevaría al alquiler de su cuerpo por dinero, en el fondo, realiza el mayor acto de devoción y la mayor ofrenda que se le puede realizar a la divinidad, el sacrificio.

Una compañera de clases había ya alardeado de su forma de conseguir dólares en las vacaciones de agosto. Una agencia de modelaje que tenía un trasfondo que muchos ya contaban. Una agencia que podía sacarla de sus problemas al llevarla a trabajar a un lugar caribeño.

Su cuerpo ya hacía mucho que había dejado de ser un templo sagrado, pero jamás hubo necesidad de pensar en sacarle algún provecho económico a tan hermosa piel canela.

Las redes sociales hicieron su trabajo. Instagram se encargó de hacer el puente entre la bella venezolana y una agencia de talentos en dominicana. Cien dólares de adelanto para la compra del boleto. Unos cuarenta restados por los gastos del primer mes de habitación. Otros sesenta dados en moneda local para su primer sustento. Ya no recibiría ordinariamente nada más por los próximos treinta días.
Heladera. Ese es el empleo ordinario que le ubicó la misma agencia. Realizaba este trabajo por doscientos dólares al mes durante seis días a la semana. Pero, por otro lado, unos vendedores salían a vender su cuerpo con imágenes suyas en un álbum de fotos al mejor estilo de una venta por catálogo. Este es, el empleo extraordinario.

Al margen de sus fotos se encontraban las características de su cuerpo, su edad, el país de procedencia, el horario de disponibilidad y el valor dado al servicio por la agencia. La única condición válida para negarse a un cliente es que lo conozca.
Doscientos dólares cada cliente. Un cliente a la semana es algo regular mientras tres ya representa algo muy bueno. Cuarenta semanas entre buenas y malas se tradujeron en una casa para su familia en el centro del país en la Venezuela donde ellos se encuentran. Cuarenta semanas del vaivén de sus caderas y el subir y bajar un pedazo de tela los sacó de las paredes de zinc. No pensó en llevárselos.

Temía más a la verdad que a la vida en la nación que, así como la vio nacer, la vio partir.

Hoy no se arrepiente de nada, pero tampoco es feliz. Se podría decir que apenas se siente satisfecha. Aunque ninguna de las cosas que manda a Venezuela puede llenar el vacío que tiene por dentro. Este dolor le ha enseñado a valorar cada cosa como se debe. Esta materia del postgrado se llama valoración.

Lo verdaderamente trágico de estas letras no es que sea la historia de una emigrante venezolana en tierras extrañas. No. No es una historia singular de una mujer en particular. Es la historia de docenas de mujeres venezolanas que se encuentran en las calles del Caribe o incluso del mundo. Algunas pocas lo hacen para mantener un estatus y otras muchas para mantener a su familia. Ninguna de ellas soñó de niñas hacer tal cosa en algún momento de sus vidas. Vidas distorsionadas por la droga, el terrorismo y el saqueo de nuestras riquezas por personas que hoy nos gobiernan.

Solo Dios y ellas conocen su sentir en aquellos días de oscuridad y desesperación, cuando tomaron la difícil decisión que incluso hoy intentan seguir contando.

Si mis letras pueden servir a Dios en su propósito de guiar a mis hermanos repartidos en el mundo, solo pido sabiduría y discernimiento y las entrego todas.

El Autor.

José Aguilar Lusinchi
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A Dios por la oportunidad
A Lore por esa fuerza espiritual que me llena por dentro
A estas mujeres que aún comparten su llanto conmigo