El anuncio y la explicación fueron tan precisos como contundentes. Resultaron ser tan esperados por todos, que cuando llegaron sólo se vio sorprendido el propio presidente venezolano, quien ante tal agravio simplemente rechistó con las mismas amenazas y mostrando la misma vulnerabilidad de sus argumentos.
Perú tuvo la decisión certera de retirarle la invitación a Maduro para asistir a la octava Cumbre de Las América a efectuarse en abril en tierras incas. Las razones fueron esgrimidas con tal juicio de correspondencia a la realidad, por la canciller peruana, Cayetana Aljovín, que llamó grandemente la atención de toda la prensa internacional, más allá de la propia peculiaridad del nombre de la diplomática.
Esta posición fue remitida al gobierno venezolano, aludiendo una irrevocable posición para su rechazo: “cualquier alteración o ruptura inconstitucional del orden democrático en un Estado del hemisferio, constituye un obstáculo insuperable para su participación”, desprendido tal postulado de la tercera cumbre efectuada en Quebec.
Detrás de esta negativa se encuentra no sólo todo el Grupo de Lima, conformado por Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú, sino un contexto perturbador en el que millones de venezolanos padecen de hambre, frustración y muerte, por la carencia extrema de todo lo necesario para la vida.
Como era de esperarse, el mandatario venezolano retó a estas naciones cual si fuesen sus adversarias en un ridículo ring de extravagancias. Asumió el hecho como un ultraje a su investidura y un sinsentido en su mundo de abusos turbulentos. Con el mismo tono caricaturesco y su desconocimiento de los modales más esenciales, farfulló su irreparable falta de reflexiva: “llueva, truene o relampaguee, por aire, tierra o mar, llegaré con la verdad de la patria de Simón Bolívar”.
Posiblemente exista un espléndido sol en esos días de cumbre continental. Tampoco se hallará algún aeropuerto peruano, dispuesto a aceptar el aterrizaje de una comitiva que sólo sabe desbaratar las bondades de otros. Pero lo más desentonado de sus alegatos, fue precisamente el transportar la verdad de nuestro país: una miseria provocada para los ciudadanos más nobles del mundo.
Entretanto, ese mensaje de frustración y sensación desapacible también es experimentado por tantos emigrantes venezolanos que a diario parten, en la consecución de un mejor porvenir.
Han vivido con ojos propios la incapacidad de lograr surgir entre los escombros de la desesperación. Llevan en sus equipajes, no sólo la nostalgia y los recuerdos cercanos de la mala alimentación, sino la certeza ineludible que le depararán mejores situaciones, labradas con el esfuerzo justo del trabajo.
Por su parte, la ministra de Asuntos Penitenciarios, Iris Varela, con sus infundios de mala índole, declaró que quienes se van de Venezuela son los frustrados de la guarimba, deseando con una fe de poco creyente cristiana, que no regresen nunca al país.
A esta afirmación fulgurante le secundó el abogado constitucionalista, Jesús Silva, quien posee la conciencia más chamuscada que su propia capacidad para entender las leyes. Señaló sin reparos que ella “tiene razón. Todo venezolano que deja a su patria y la ofenda, no puede regresar más nunca. Y digo yo: hay que expropiar todo lo que tengan en nuestro país”.
No resulta sorprendente el cambio de posición del país anfitrión para no invitar a Maduro a la cumbre. Si los personeros del régimen tienen esas expresiones de furia, frente a los miles de venezolanos que parten y que a la postre, se convierten en los nuevos embajadores del país, no entiendo el asombro que ningún presidente quiera sentarse al lado de un mal dictador.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
Director de la Biblioteca Virtual de Maracaibo “Randa Richani”
@Joseluis5571