El cambio del régimen es urgente, necesario e imprescindible. Venezuela ya no aguanta más.
El régimen chavomadurista no puede continuar. Está ética y políticamente inhabilitado para seguir en el poder. Su milmillonaria corrupción, sus colosales latrocinios y sus catastróficos errores económicos, sociales y políticos que han arruinado al país no pueden continuar.
Sería un crimen contra los venezolanos de hoy y de mañana que esta plutocracia ladrona e incapaz permanezca en el poder. Nunca, ni antes ni ahora, estuvo calificada para hacer un buen gobierno. Unos militares golpistas y aventureros, ignorantes y sin formación, bajo la jefatura de un caudillismo alucinado e irresponsable, no podían jamás conducir al país hacia el progreso y el desarrollo. Los trágicos resultados están a la vista.
Menos lo han podido hacer sus continuadores, portentos de una mediocridad, corrupción e incapacidad escandalosas, encabezados por alguien que nunca ha tenido conciencia de su papel y a quien sólo un capricho ignominioso pudo haberlo colocado en la posición que hoy ocupa. Lo único cierto es que han empeorado el nefasto legado dejado por su insensato jefe.
La verdad es que ninguno de ellos tuvo moral ni capacidad para intentar siquiera un cambio en beneficio de los venezolanos, mucho menos para ejecutarlo desde el poder. Su signo ha sido siempre la destrucción, nunca la construcción de un país mejor.
El chavomadurismo ha sucumbido en el poder y por eso están invalidados para continuar ejerciéndolo. Por eso hay que desalojarlos de allí, cuanto antes y por las vías populares, constitucionales y democráticas al efecto, pues sus adversarios -a diferencia de ellos- no somos golpistas ni creemos en la violencia armada para cambiar regímenes.
El chavomadurismo ya es una chatarra inservible e inmoral, que somete al país a una tragedia humanitaria con el sólo propósito de perpetuarse en el poder. No le importa el hambre que azota a gran parte de los venezolanos, ni la colosal hiperinflación que nos empobrece a casi todos. No le importa el éxodo de centenares de miles de jóvenes que buscan en otros países lo que el régimen actual les niegan aquí.
El país está hoy arruinado y destruido, desangrándose como pocas veces antes, descapitalizándose en materia de talento y capacidades. Gran parte de ese material humano valioso, que costó muchos años y recursos para formarlo, hoy no tiene otra alternativa que irse, ante los sueldos de hambre y la falta de oportunidades que ha traído consigo el chavomadurismo en el poder.
Todo esto ya lo sabemos, pensará el lector. Y es verdad, pero hay cosas que, a pesar de sabidas, no deben dejar de repetirse con la esperanza de que se tome conciencia y se pase a la acción. Aún proliferan algunos indiferentes y no pocos cómplices. Esto hay que cambiarlo ya, no puede esperarse más. Por lo tanto, nuestras acciones deben estar dirigidas a ese objetivo.
Pero esa tarea exige del liderazgo opositor una dedicación y una lealtad absolutas, sin abandonar la calle ni la protesta y sin caer otra vez en el engaño del “diálogo”. ¿O acaso vamos a olvidar que siempre ha echado mano a tal ardid cuando tiene el agua al cuello? Ya lo hicieron en 2004, lo repitieron en 2013 y lo acaban de hacer ahora, y cada vez que toman un segundo aire vuelven a desplegar sus mecanismos dictatoriales.
Por eso, precisamente, necesitamos líderes opositores que no crean en “cantos de sirena”, hábiles y con experiencia y seriedad suficientes para derrotar las trampas del régimen. Por eso mismo hay que apartar a los novatos y mediocres que no han dado la talla. La suma de sus fracasos y contradicciones los incapacita para seguir dirigiendo la oposición democrática.
La tarea de cambiar a Venezuela no será fácil, por supuesto. Hay que derrotar a quienes ya son una minoría, pero -no nos engañemos- una minoría arrogante, inescrupulosa y corrupta, a la que no le importa Venezuela sino satisfacer sus ansias de poder vitalicio en beneficio de ellos nada más, mientras siguen arruinándonos la vida al resto de los venezolanos.
Es la hora de los verdaderos liderazgos, los que han sido probados en los hechos y pueden presentar logros y resultados. Hay que apartar a los improvisados, a los faltos de grandeza y de carácter y a quienes no han entendido la gravedad de esta lucha y el desafío futuro de reconstruir al país, empresa fascinante que requerirá también grandeza de miras, honestidad y capacidad, como pocas veces en nuestra historia.
@gehardcartay