Ya no son dos, sino varias las veces con el mismo problema: las elecciones en dictadura. Después de la celebérrima consulta popular del 16 de julio del ’17 y del evidentísimo fraude del 30 de julio del mismo año, los cuatro partidos que tienen la marca de la MUD, se atoraron y concurrieron a las regionales y a las municipales para proclamar una anticipada y rumbosa victoria.
El gobierno los dejó con los crespos hechos y se afincaron con los abstencionistas, soslayando la juramentación ante la tal constituyente de cuatro gobernadores que hoy sólo mantienen la nómina, pidiendo y quizá recibiendo uno que otro recurso. En nombre del electorado, asumieron los cargos, como si no hubiese sido otro el mandato.
El afincamiento se hizo en nombre del voto y, llenando todas las redes sociales, muchos se dijeron sufragantes hasta el fin de sus días, como no lo hicieron el 30. Banalizando el asunto, se hicieron de un fetichismo espléndido: he acá el retroceso abismal en términos de cultura política, pues, acríticos, luego callaron ante el fracaso.
Ahora la noticia es que del cuarteto del partido que hicieron profesión de fe antiunitaria, yendo arbitrariamente a cuanta elección se convocó, anuncian con bombos y platillos que no irán – claro está, unilateralmente – a las presidenciales rogando que se posterguen para ver si les va mejor, validándose plenamente como … partidos. Esa es la noticia y no el fracaso dramático del diálogo dominicano que estaba avisado con lo acaecido en 2014 y 2016, porque – hubiese sido el colmo – los superhéroes no le firmaron al régimen.
Aunque suene paradójico, la vía pacífica y cívica es la de no calarse estos comicios que la comunidad internacional no afianza ni afianzará. No sólo por aquellos de guerra avisada …, sino porque – cuarteados internamente – deben aceptar una realidad que terminó de darles alcance: hacer política es algo más que un romancero mediático.