En nuestro continente la institución del partido político ha sido fundamental para la gestación de la democracia y la participación de los ciudadanos en el escenario público. Sin embargo, estás organizaciones tuvieron que crearse, formarse e iniciar su lucha en contextos de autoritarismo, persecución y violencia estatal. Recuérdese que, tras la independencia de los imperios europeos, el poder recayó sobre las fuerzas armadas y, solo con la llegada del siglo XX, América Latina apenas comienza a debatir sobre la instauración del voto universal, secreto y directo.
Hubo partidos políticos que desde el momento mismo de su creación tuvieron que asumirse clandestinos, es decir, haciendo política fuera de la legalidad, fundamentalmente porque no eran reconocidos por las dictaduras militares que plagaban a América Latina. Esto era motivo para que esas dictaduras les acusaran de insurgencia y terrorismo aunque la gran mayoría de esos partidos políticos centraban sus acciones en la difusión de nuevas ideas, denuncia de las circunstancias vividas por la gente y promoción de reformas consideradas trascendentales.
Ahora bien, esos partidos políticos inicialmente clandestinos, esa oposición extraparlamentaria y antiautoritaria, solo se hace significativa en la medida en que cautiva a la opinión pública. Por eso los regímenes de fuerza se caracterizan por un férreo control y censura de los medios de comunicación. Eso implicó que los partidos políticos no se encerraran en sus cuatro paredes discutiendo sobre temas ideológicos, sino que abrazaran las causas populares e hicieran política dirigida a las masas para convertirse en real alternativa de poder. Los grandes partidos políticos, las organizaciones que a la postre desalojaron a los militares del poder en América Latina, lo hicieron con una persistente campaña divulgativa y de contacto con los ciudadanos, organizándose a nivel de base, sin descanso, sin miedo y sin esperar concesiones de los regímenes de fuerza. Esa es la enseñanza histórica.
Hoy Venezuela vive un retroceso histórico evidente. Nuevamente tenemos un régimen de fuerza que se denomina a sí mismo “cívico – militar” pero es obvio los rasgos exclusivamente militares y policíacos que se muestran en su accionar. Las elecciones son controladas por el régimen permitiendo, además de un brutal ventajismo electoral por parte del partido oficialista, la persistencia de prácticas como la inhabilitación de candidatos, la ilegalización de partidos y la persecución económica y judicial a activistas ligados a la oposición política.
Para la oposición participar o no en las elecciones tiene el mismo resultado. El régimen ya decidió que debe ganar las elecciones incluso sin votos “Llueva, truene o relampaguee”. Por tanto, hemos sido empujados nuevamente a la clandestinidad. Esto es un hecho. Cambiar la situación política en Venezuela requerirá mucha comprensión internacional, sí, pero también requerirá de nuestra parte, de los activistas políticos y de toda la ciudadanía, tomar conciencia de la nueva situación y rediseñar estrategias. Debemos sustituir conductas y prácticas, donde antes teníamos prudencia colocar audacia, donde antes teníamos urbanidad debemos colocar irreverencia y, particularmente, donde antes teníamos al “Yo” colocar el “Nosotros” porque la reconstrucción de Venezuela no será obra de un mesías ungido por la gracia de dios, será obra humana, colectiva y venezolana.
Julio Castellanos / @rockypolitica / [email protected]