Humano es sentir la separación de un ser amado. ¡Quien no lo ha sentido? Son momentos de supremo dolor y de silencio. Se agolpan los recuerdos y la memoria diligente nos ubica en instantes imborrables.
La muerte la aventura más sorprendente de la vida. Se nos van los seres que han marcado nuestra existencia, también, los amigos que forman parte de nuestro imaginario afectivo y espiritual, en este caso, no me es extraño el Dr. Molina como siempre le dije.
Lo conocí en los días de 1.958, en un Copei combativo y promisor, allí supe de su proceder enmarcado en valores transcendentes, de su buen criterio, de su actitud como dirigente de una sola pieza, amante del quehacer útil y del actuar correcto, enamorado de su profesión, la manera humana de concebirla como misión de vida y de salud que ausculta con cuidado al paciente pero que al diagnosticar la dolencia deja ese hilo comunicante de preocupación por sanar y dar aliento.
Tulio Molina Ibarra desde sus inicios como médico creyó desde el fondo de su corazón que lo bueno es posible, que lo bueno puede imponerse a lo desagradable y es así como concibió con entusiasmo establecer un Centro de Consultas Médicas en el Barrio Bobare donde por años pasó consulta semanal gratuita.; para la barriada era una bendición tener médico que les procuraba las medicinas, era su tiempo escogido para servir a quienes lo necesitaban, antecedente válido de asistencia comunitaria, había preocupación por los pacientes que no dejaba a la deriva.
¿Cuántos reciennacidos supieron del calor de sus manos?… muchos, pasando por todos los espacios donde ejerció como médico gineco-obstetra, era un servidor social nato.
Tulio Molina Ibarra amó a ésta tierra, le dio afecto, se quedó aquí y ofreció con humildad de servidor su labor científica y profesional con reverencia de hijo agradecido.
Médico rural de Adícora y Las Piedras. Residente del Hospital de Niños “Maximiliano Iturbe” y la Maternidad “Oscar M. Chapman” y otras entidades de salud que surgieron en el tiempo donde prestó servicios con responsabilidad y desvelo.
Conocimos de su carácter firme cuando era preciso, pero afectuoso y cordial sin reparo, tenía la capacidad de inspirar respeto, agradecimiento y amistad.
Su vida con luces y sombras a la que no escapa ningún mortal, en relieve destaco la luminosidad de su existir entre nosotros que nos hizo apreciarlo, valorarlo y sentirlo cercano en todo momento.
Despedimos a un falconiano de buena Ley, comprometido con sus instituciones en las cuales participó con entusiasmo y rectitud.
¡Dios le permita por toda la eternidad ocupar el lugar donde reposan los que a su paso por la vida terrena siembran el bien!
¡Paz a su alma!