Nunca me cansaré de repetir que mientras más difícil e incierta se torne la lucha, mayor es la obligación de aferrarnos a los principios y valores que nos trajeron a la política. Son los que alimentan la vida en libertad y la vigencia plena de la democracia. Todo lo demás pasa a ser secundario, incluidas las ambiciones personales y los intereses de grupo o de partido. Sin embargo, la exagerada dosis de pragmatismo y la falta de formación en cuanto a los temas fundamentales, genera desviaciones graves que producen lamentables consecuencias.
Confieso que a estas alturas de la vida siento, como nunca antes, el intenso frío de la soledad. Casi en solitario, junto a muy pocas personas, cuesta confiar en terceros. Los hay, pocos pero existen. Con ellos se puede discutir y hasta pelear ocasionalmente, pero cuando se duda de la buena fe y de la integridad de una persona, es difícil mantener una relación estable. De esta manera el círculo de amigos y compañeros se va cerrando por una parte y, por la otra, tímidamente se amplían las coincidencias con algunos hasta ahora ubicados en trincheras distintas.
Es la vida en tiempos difíciles. Quizás por esto me molesta tanto el electoralismo agudo que da rienda suelta a cuanto deberíamos evitar. En la oposición venezolana unos cuantos se han alejado de los objetivos fundamentales. El objetivo deja de ser el cambio de régimen que debería iniciarse con la salida de Maduro y se agota en la peregrina exigencia de “condiciones electorales”, de espacios para mantener la convivencia o en el desarrollo de una pasión irracional en los candidato-maníacos que conocemos.
Es increíble pero cierto. La Comunidad Internacional está actuando con gran claridad. Lo mismo podría decir de la Conferencia Episcopal Venezolana, las Academias, las Universidades, los gremios profesionales, los empresariales y laborales y, en fin, muchas estructuras al margen de las político partidistas. Venezuela está mal y camina para peor. Ningún problema será resuelto por un gobierno convertido en el problema mayor que el país debe resolver.
Todos, absolutamente todos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, pobres y ricos, patronos y trabajadores debemos unirnos con el objetivo del cambio como punto de encuentro y avanzar hasta alcanzarlo. Hambre, miseria, escasez de comida y medicinas, presos y perseguidos políticos, emigración millonaria, corrupción al por mayor, inseguridad de las personas y de los bienes, violación del orden constitucional y jurídico, son algunas de las manifestaciones más importantes de la crisis. No se puede continuar echando baldes de agua fría a los factores claves de esta confrontación que se acerca a un desenlace definitivo e irreversible. El drama no es solamente venezolano.. Afecta al vecindario completo y a buena parte del mundo. Ya basta de diagnósticos que agregan poco a lo que todos sabemos y padecemos, pero distraen. Acción con cabeza corazón y coraje.
Lunes, 26 de febrero de 2010
@osalpaz