Hay un país que se niega a la resignación. Hay una Venezuela que lucha por superar esta trágica circunstancia que es el chavismo como modelo de dominación, y aspira ser menos lamento y más acción, menos queja y más resiliencia. Está allí, en los resquicios de una cotidianidad que acompaña al maestro o profesor que vestido de mística llega a su aula a dar la clase, o al médico cuyo ejercicio ha devenido medicina de guerra, o al joven que sigue asistiendo con sacrificio a sus clases, o al trabajador que hace maromas para llegar a la empresa donde trabaja, en la cual hay un empresario o comerciante o industrial que logra sortear mil y un obstáculos para mantener milagrosamente su establecimiento abierto, pese a ser considerado una suerte de enemigo para el gobierno.
Es el país, o al menos una buena parte de él que entiende que su destino, su sustento y quehacer debe basarse en su esfuerzo, en su trabajo, dedicación y preparación, y no en el triste conformismo empaquetado en una caja CLAP, o en la cruel mediocridad oficial que juega con el hambre y la necesidad, creada por la misma “revolucion”, expresada en la repartición de espejismos en forma de bonos que compran cada día menos por la hiperinflación y la escasez.
Solo una profunda pulsión criminal, bañada en un oscuro caldo de cinismo y alevosía, puede justificar el que una élite militar con una fachada civil, se niegue a reconocer el hambre, la miseria, la devastación y el dolor que su modelo económico “socialista”, interventor y colectivista está generando en Venezuela, modelo económico que se defiende, aplaude y que aspira perpetuarse, junto a ellos, en el poder.
Sólo un profundo desprecio por el país y su gente puede justificar el delirante hecho de negar el drama humanitario de miles de venezolanos que, en variadas formas, modalidades pero con la misma desesperación, meten sus angustias y temores en una maleta y salen del país, tratando de reencontrarse con algún sentido de posibilidad y futuro.
Elecciones sin libertad para elegir no son elecciones. Elecciones sin posibilidad de garantizar el respeto a la voluntad popular, con un esquema de presión, amedrentamiento y sometimiento vía carnet de la patria, misiones o migajas institucionalizadas, no son elecciones. Elecciones sin candidatos que denuncien el carácter tiránico y represivo de un régimen y más bien se contenten en legitimar y prestarse para una simulación en la que no habrá ninguna posibilidad de alternabilidad real, menos de ganar, no es una elección.
El país sigue su curso. Venezuela es una amarga despedida continuada de rostros y afectos. Pero es también una férrea voluntad de seguir luchando para lograr un cambio y la reconstrucción necesaria. Para el poder, algo está claro. Para ellos, Venezuela y su verdad, sigue siendo una realidad postergada.
@alexeiguerra