El tema militar no es fácil de tratar. Una mezcla de emociones negativas, decepción, frustración y rabia, emergen alrededor de él. Realmente, nada hace falta, para que los venezolanos, al ver a un uniformado castrense sientan asco e indignación, y que inclusive en las redes lo expectoren con descalificativos, sin temor alguno. Sin embargo, escribo las siguientes palabras como un ciudadano más. Como un venezolano que, tal cual como la mayoría, no conoce de las complejidades internas de ese bunker que parece ser la Fuerza Armada Nacional (FAN), pero que sí tiene conocimiento de causa sobre la participación del sector castrense en actos repudiables.
El resentimiento que tiene la ciudadanía hacia la FAN es más que merecido. Nosotros hemos visto con la “Revolución Bolivariana” los aspectos más írritos del militarismo: las armas de la República siendo apuntadas contra quienes éstas deberían defender, el colapso de todas las instituciones y servicios que se han puesto bajo manos castrenses, la corrupción galopante que pare a generales obesos y a soldados famélicos, la falta de defensa de la soberanía nacional (la situación de la Guayana Esequiba, la nefasta infiltración de fuerzas cubanas, guerrillas y paramilitares, etcétera), entre muchas otras cosas. Puesto de la manera más cruda posible, después de todo lo que ha transcurrido en el país, no es de extrañar que ante los ojos de muchos la FAN no sea más que una sarta de corruptos, asesinos y violadores de derechos humanos. Ahora bien, ¿es esto cierto para cada uno de los casos? ¿Ser militar acarrea en sí mismo ser la mano de la opresión?
Si nuestra historia sirve de indicador, la conclusión es que nuestra experiencia con los militares ha sido predominantemente mala, por cuanto han formado o encabezado regímenes despóticos. De los más de doscientos años de existencia de Venezuela como país independiente, apenas cuarenta pueden calificarse como democráticos y hoy, para nuestra pena, hemos retrocedido a una tiranía comunista, criminal y aberrante. Aún así, contrastando a las clases de militares que hemos tenido, podemos encontrar, por un lado, a los autócratas que consideran que su uniforme les da derecho a mandar sobre la sociedad y, por otro, a aquellos ejemplares de disciplina, vocación de servicio y subordinación a la autoridad civil. La diferencia entre uno y el otro es esencial, porque de ahí podemos separar a los caudillistas de los defensores de la república.
Más allá de los antecedentes que hemos tenido como nación. No hay justificativo ni apología que pueda exculpar a que tantos dentro de la familia militar se hayan prestado para tantos desmanes en estos diecinueve años. Probablemente no sean la mayoría, pero la FAN como cuerpo paga sus traiciones como un todo. Hemos tenido tiranos, déspotas y demás, pero creo que nunca en nuestra historia se había visto a unos militares, los llamados defensores de la carta magna y la soberanía nacional, supeditados a los deseos de poderes extranjeros como Cuba, Rusia, China o Irán. Tal hecho, junto al resto de sus crímenes, condena a la FAN a un desprestigio moral del cual le tomará décadas recuperarse.
Esta es la FAN que existe a diario en nuestro consciente colectivo. La que nos avergüenza. La que mata a estudiantes. La que participa del narcotráfico. La que hace negocio del hambre de su pueblo y que trafica con los recursos naturales de la nación. En fin, la que parece más una fuerza de ocupación que los defensores de su patria. Esta situación, con todas sus aristas y horrores, ha conllevado a que los venezolanos prodiguen un antimilitarismo que solo se reducirá, en tanto el sector castrense reivindique su rol natural en la sociedad. Ahora bien, ¿hay militares dentro de la FAN que sean de propensiones diferentes a las que se han mencionado? Puede ser. Debo pensar que sí. Quiero rehusarme a creer que cada integrante del cuerpo castrense es un monstruo irredimible.
Cuando hay tanto mal, como es el caso de la catástrofe en la que vivimos, es difícil creer que aún queden elementos buenos entre las ruinas. En una circunstancia así, la desconfianza abunda y, como se dijo anteriormente, las heridas hacen que no veamos los matices, porque se siente mejor que “todos paguen por pecadores”. Tal espíritu es el que ha llevado a que cuando un militar institucional se rebela, muchos de nosotros no le creamos. ¿Recuerdan al Capitán Caguaripano? O que cuando un militar institucional es apresado sea ignorado por tantos, pues se piensa: “¿por qué pararle? ¿Es un militar, no? ¡Se lo merece!”. En tal sentido, pienso que por lo que hemos vivido hay un trato diferencial entre el ciudadano y el militar, cuando se vuelcan contra la tiranía. Al primero lo alabamos hasta no poder más. Al segundo lo obviamos sin importar lo que haga.
Lo descrito en el párrafo previo es importante porque tenemos que definir qué es lo que queremos del sector castrense. ¿Queremos que mágicamente sea erradicado del país? ¿Queremos que no sea parte de la solución? ¿Estorba? O por el contrario, ¿queremos que tenga un rol activo, sea por acciones u omisiones, en la liberación del país? Considero que, para bien o para mal, parte de la solución nacional pasa por la FAN. No pienso, ni aspiro que fuese una reconciliación inmediata. Ellos, como cuerpo, deben pasar por una purga total y ganarse el respeto de vuelta. Lo que sí contemplo es que, al menos para empezar, con aquellos que están tomando consciencia o están por tomarla, siempre y cuando estén libres de ilegalidades, los reconozcamos bajo el objetivo de la salvación de Venezuela.
Estando el país bajo el yugo del neo-totalitarismo del siglo veintiuno, la noción del deber tiene que preponderar sobre la del derecho. Lo irónico del asunto es que ese pensamiento es una máxima de la carrera militar: el vivir para servir. En cierta forma, en una hora como esta, todos deberíamos ser “soldados” de la causa libertadora. Seamos uniformados o no, lo cierto es que antes de cualquier otra cosa somos venezolanos y si aceptamos esto como verdad, desaparecemos las barreras que nos dividen.
¿Reconoceremos que somos compañeros de la misma causa? ¿Compadeceremos a todas las víctimas injustas de la opresión sin distingo? ¿Alcanzaremos ver a un país nuevo y próspero? Por supuesto que sí, porque esa es la unión que todos hemos estado esperando.
@jrvizca