Los historiadores no somos políticos y tampoco estamos dedicados a una historia militante, por lo menos en mí caso. Tampoco estoy interesado en una historia como burbuja que me hace indiferente a los problemas que me afectan en el presente como ciudadano, padre de familia, universitario, intelectual, venezolano y ciudadano del mundo. Mi compromiso en todo caso es como dice el Dr. Jordi Canal, con una historia comprensiva bien hecha, que procure ser competente profesionalmente, honesta y bien escrita. No hay más.
Tratar con la historia inmediata es un problema gordo. Porque es mucho más fácil referirse a los difuntos que a los vivos. Los vivos se pueden molestar. La única garantía de un pensamiento libre, plural y crítico, responsablemente formulado, es dentro de los linderos de una sociedad abierta (Karl R. Popper).
En el caso venezolano, el de una sociedad cada vez más cerrada, cuyo gobierno hostiliza a sus dirigidos sin reparar en las formas institucionales mínimas de un Estado de Derecho moderno y en funciones, ya quedan muy pocos espacios para producir ese pensamiento libre que molesta e incómoda a un Poder que se resiste a la vigilancia democrática. “El principio democrático, enunciado en las palabras de la Declaración de Independencia, declaraba que el gobierno era secundario, que el pueblo que lo había establecido era lo primero. Por consiguiente, el futuro de la democracia depende del pueblo, y de su conciencia creciente acerca de cuál es la manera más decente de relacionarse con los seres humanos de todo el mundo”. (Howard Zinn, “La otra historia de los Estados Unidos”, 1980)
Uno de esos pocos bastiones son las universidades públicas autónomas que el Estado/Gobierno financia y que a la vez le ha decretado su muerte física y espiritual. Un profesor Titular en una Universidad venezolana, pública o privada con más de veinticinco años de servicio, con maestría y doctorado, estudios en el extranjero, publicaciones y trayectoria, en fin un catedrático, sólo recibe 10 euros al mes, esa es toda su remuneración.
Peor se encuentran los maestros y las maestras que ganan mucho menos y trabajan por hobby subsidiando la inversión que le corresponde hacer al Estado venezolano en el área de la educación no universitaria. Una domestica, sin estudios, recibe un salario mayor, aunque igual de insuficiente debido a la destrucción de la moneda y una hiperinflación devastadora, que cualquier profesional de la educación. El “Hombre Nuevo” bolivariano está construido con materiales de desecho.
El desprecio a los profesionales es indisimulado aboliendo todo resquicio de la meritocracia. Esto explica, junto al colapso de la economía petrolera, el éxodo de más de tres millones de venezolanos hacia el exterior. Al parecer: sólo queda la Iglesia, con una posición firme, coherente y contestaria, luego de la debacle de las protestas estudiantiles junto a la sociedad civil el año pasado que casi ponen de salida al actual régimen.
El desmantelamiento de los partidos políticos opositores es más que evidente; sus divisiones internas y el acoso constante del Régimen ha llevado a sus principales líderes al exilio, a la cárcel o a ser inhabilitados políticamente. El empresariado organizado se queja pero a su vez establece una cohabitación incomoda con los bolivarianos. El Pueblo es un rehén sin voz y adolorido desde una cotidianidad social adversa, en donde el empobrecimiento acelerado junto al miedo, representa la anestesia ante cualquier brote de rebeldía. Sólo los ámbitos privados son aun precarios refugios. “El mundo está observando la desgracia venezolana, aunque hoy Venezuela no forme parte del mundo”. (Miguel Ángel Campos)
La actual Constitución republicana del año 1999, “la mejor del mundo”, es una ficción. Un enjambre metafísico que sirve para aplastar a los enemigos de la revolución, mientras justifica todos los abusos que el poder comete. “Para mis amigos todo, para mis enemigos la Ley”. Así estamos hoy en Venezuela.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ
@LOMBARDIBOSCAN