Todavía circula la fotografía de Samuel Moncada y Henry Falcón, bajo cielo neoyorkino. Yendo más allá de la oficina de representación en Caracas, la ONU está impuesta de las inquietudes generadas por la sola convocatoria de los comicios presidenciales en nuestro país.
El larense procura el saneamiento de las elecciones en Venezuela con la mediación de tan elevada instancia internacional y nada mejor que hacerlo con la cooperación del representante del gobierno convocante, igualmente interesado en la transparencia y credibilidad del la consulta. Es de suponer que, al reconocer inmediatamente su derrota en los comicios regionales, tratándose de un mismo CNE o REP, por ejemplo, no deben ser demasiados los reparos y observaciones que tiene pendiente.
Agreguemos, la tal constituyente designó a Moncada como cabeza de la misión diplomática, en lugar de la Asamblea Nacional que es la que hace a los embajadores de acuerdo a la Constitución. Y, siguiendo a Irving Copi y su celebérrima introducción a la lógica, la circunstancia traduce un reconocimiento y no otra cosa, a la tal constituyente.
Por lo demás, Moncada se anota un éxito diplomático al atender al ilustre opositor allende los mares. Un puntaje adicional para su fulgurante hoja de servicios, después de reemplazar nada más y nada menos que al antiguo zar del petróleo, Rafael Ramírez, previo entrenamiento de días como canciller.
Inevitable aprendizaje, Copi nos orienta sobre los destellos de la llamada clase política forjada en revolución. Luego, con cifras en mano, sometidos a sus didácticos ejercicios, nos aclarará por qué ésta no es una dictadura, sino la democracia nueva que ha parido la era.