La fortaleza del modelo democrático tiene una relación directa con el nivel de satisfacción de las necesidades en la comunidad política. El desarrollo de la capacidad para percibir las principales demandas de la sociedad, y ofrecer una pronta respuesta a cada una de ellas, sólo podrá venir otorgada por una estructura institucional con elementos democráticos profundamente consolidados, a través de los cuales sea posible canalizar los diversos intereses ciudadanos y asegurar los estándares mínimos para la convivencia.
Esto significa que la solidez democrática en todo sistema político se encontrará determinada por la capacidad para administrar y procesar los problemas de la sociedad. Además, el respeto a la formulación de preferencias y la destreza para mantener la dirección política en el proceso de toma de decisiones, se deberá interpretar como una tendencia propia de un sistema político en una situación de equilibrio estable. A partir de lo cual se puede sostener que, a mayor capacidad para asegurar el orden y apoyo político, entonces menor es la probabilidad de rupturas críticas, o viceversa; sólo una situación de ingobernabilidad pudiese incrementar los niveles de ocurrencia de escenarios de hundimiento y de transición.
Las transiciones políticas plantean situaciones con importantes consecuencias en la dinámica de la comunidad política en general, y en la vida de la cantidad de ciudadanos que se desenvuelven a diario en ella. Este fenómeno implica una modificación estructural de las bases del régimen, y de los valores, principios, o normas formales e informales, los cuales determinan el desarrollo de la praxis política cotidiana. Asimismo, supone una sustitución de la dirigencia y de los grupos hegemónicos en posesión de cuotas de poder, por otras figuras y asociaciones previamente desplazadas; lo que plantea el surgimiento de un escenario de reconfiguración de las fuerzas en la sociedad.
Sin embargo, en la literatura politológica el elemento del régimen que será sometido a una mayor transformación durante un proceso de transición es lo que se conoce como las orientaciones políticas. Sólo un cambio en la forma de llevar a cabo las acciones políticas puede plantear verdaderamente una transformación en el sistema político y en cada uno de sus subsistemas, esto es, tanto a nivel económico, social, cultural, educativo, y militar. Precisamente, por los vientos que soplan, pareciera que el sistema político venezolano estuviera volcándose hacia ese mismo camino, en razón de la confluencia de un conjunto de variables que podrían forzar la materialización de algunos de esos escenarios imaginados.
A medida que pasan los días el régimen de Nicolás Maduro cada vez da muestras de mayor incapacidad y de torpeza política en el manejo de la crisis. Maduro reduce exponencialmente sus probabilidades de permanencia en el tiempo, aun si llegará a autoproclamarse como vencedor en una contienda electoral. Una aseveración que de nuevo es confirmada al tomar en consideración los últimos guarismos de estudios de opinión, los cuales revelan que un 75% de la población votaría en contra del actual presidente.
En este sentido, en nuestro país sólo se podría hablar de un sistema político en estado de equilibrio precario, fundamentalmente porque se trata de un régimen que no puede demostrar facultades para superar la crisis, y cuya clase política obliga a tomar salidas que pudieran alejarse de los mecanismos normales, cuando bloquea la voluntad popular y sus derechos políticos principales, aun siendo conscientes de que formalmente existen instituciones democráticas, que contemplan herramientas para dar con soluciones racionales a las desavenencias sociales cotidianas fundamentales.
La fragilidad democrática en el sistema político venezolano sólo se podría interpretar como el resultado del abuso de un régimen sin escrúpulos, el cual ha sabido evadir el principio de separación de poderes, por medio de la manipulación del ordenamiento jurídico y el ejercicio de la justicia, sin remordimientos, y con plena conciencia de lo que hace. Una situación que sigue generando indignación en los ciudadanos y en la comunidad internacional, la cual pudiera provocar hechos políticos de mayor trascendencia.
De continuar con esta actitud, este régimen sólo estaría forzando el desarrollo de situaciones más complejas que pudieran comprometer la gobernabilidad y equilibrio, entre todas las fuerzas con capacidad de influencia política en el sistema. Y ello finalmente podría suponer la materialización de un escenario donde el Gobierno estaría abandonando su estadio de consolidación, y al mismo tiempo volcándose hacia el hundimiento; lo que implicaría posibles rupturas con los esquemas de estabilidad habituales, la sustitución de figuras y grupos de influencia, de valores y normas fundamentales asentadas en la comunidad política, y transformaciones en las reglas del juego político; elementos todos con los cuales cada vez más sectores estarían haciendo depender el surgimiento, el establecimiento y la consolidación de un nuevo proyecto de país.