Cuando las autoridades venezolanas arrestaron a su mamá en el 2014 bajo cargos que ostensiblemente tenían razones políticas, su hermano se ocultó y Mery Muñoz quedó sola, publica El Nuevo Herald.
POR JIM WYSS
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Con solamente 16 años, vivió sola en una casa que era saqueada regularmente por la policía y grupos armados respaldados por el gobierno, conocidos como colectivos. La agredieron y amenazaron mientras destruían muebles, puertas e incluso una pared, para probar que podían salirse con la suya.
Le echaron abajo la puerta del frente tantas veces que por las noches tenía que protegerla con un alambre, una barrera débil que era lo único que la separaba de una de las ciudades más peligrosas del mundo.
“Es un hogar totalmente destruido”, dijo Muñoz, que ahora tiene 20 años y que se hace llamar Balvina. “No tenía hermano, mamá ni familia. [Destruyeron] una pared que estoy acostumbrada a ver pintada de blanco. Todo lo que quedó fue la ubicación geográfica de un hogar. Eso fue lo único que no se pudieron llevar”.
Después de batallar durante más de un año, Muñoz finalmente pudo conseguir la liberación de su mamá, pero el acoso no se detuvo. Su hermano —un estudiante activista— fue detenido y torturado repetidas veces, dice la joven. Las autoridades amenazaron con volver a encarcelar a su madre si se salía de la línea. Y le advirtieron a Muñoz que ya tenía la edad suficiente para ir a prisión.
Atormentada por lo que había vivido durante los 18 meses que vivió sola, y ante las amenazas constantes, Muñoz y su mamá huyeron a Colombia en septiembre y solicitaron asilo político.
Pero lo que encontraron en las calles de Bogotá es una nueva clase de tormento. La aprobación de su solicitud de asilo puede demorar dos años y durante ese tiempo no pueden trabajar legalmente.
De manera que Muñoz sube todos los días a los atestados autobuses de la capital colombiana con una bocina portátil y se pone a cantar —algunas canciones se basan en los poemas que su madre escribió en prisión— a cambio de algunas monedas.
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