Imagínese que yo le escribo a usted, que me lee ahora –esfuerzo que le agradezco- y le digo que ando mal, que no tengo un centavo, que estoy deprimido, que soy bárbaramente atacado por delincuentes y le pido que me ayude. ¿Qué pensaría usted? Pero imagínese ahora que usted se entera de que el mensaje se lo estoy enviando desde una flamante y costosa portátil Apple con todos los hierros, sentado en una habitación del Hotel Palace de Madrid, o del Alvear de Buenos Aires, o del Crillon de Paris, para sólo mencionar algunos gratos recuerdos.
¿Qué pensaría ahora?
La oposición venezolana está viajando por el mundo, y se entiende. Ante el descalabro generalizado, con una oposición en la cual demasiados ciudadanos opositores no confían, con un Gobierno que pendulea entre un grupo de militantes preocupados pero todavía esperanzados, activistas absolutamente decepcionados que se van desactivando, hombres y mujeres de plena confianza que disfrutan pero no logran o no quieren disimular una riqueza que no tiene explicación sin robo permanente y militares que tanto culpables como inocentes engatillan sus armas porque están hartos y además perciben que el mensaje de su ídolo, el enterrado en el Museo Militar, está siendo dejado de lado; o sea, murmuran que se vaya un Presidente que en su opinión traiciona un legado, para regresar al legado que lo nombró.
Entre tanto, la dirigencia opositora viaja. María Corina Machado no, porque el Gobierno se lo impide, quizás porque es la única a la cual le tienen miedo de verdad. La mujer venezolana es cosa seria, María Corina Machado y Lilian Tintori son las únicas dos líderes opositoras recibidas en la Casa Blanca, Machado por George Bush, Tintori por Trump, ¿cuál dirigente opositor puede decir lo mismo? La oposición viaja y hasta el candidato presidencial que afirma que puede ganarle al Gobierno se va a Nueva York aunque la ONU dijo claramente, no una sino dos veces, que no tenía en sus planes enviar los observadores a las elecciones del 20 de mayo; pero esa caminata por la Quinta Avenida y hasta algún espectáculo en Broadway no se los iba a perder. El del Gobierno no cuenta porque ése es embajador en la ONU y vive en Nueva York.
Quizás comente esto, lo confieso, por pura y cochina envidia pues a quien le gustaría estar viajando, en vez de seguir estancado en esta pesada y peligrosa Caracas, es a mí, como dice aquella canción “celos, malditos celos”.
Pero tampoco puedo evitar pensar en los otros que siguen aquí, los que pelean de verdad, todo ese espléndido grupo que está en la calle y con la gente, con los ciudadanos de a pie, los de las colas, los que son estafados sin remedio por los vendedores de dinero, los estancados pero no vencidos, dirigentes que han ido conociendo cara a cara a las personas. Como María Corina Machado (hago constar que soy de los pocos que nunca la han conocido en persona excepto una vez, hace demasiados años, en una reunión donde había mucha gente no recuerdo para qué y no le hice mucho caso) de un sitio al otro del país sin miedo y enfrentando siempre con claridad y coherencia, como Carlos Lozano en Carabobo, veinte años de barrio en barrio saludando y escuchando a los vecinos, preocupado por ellos, tratando de ayudarlos, como tantos otros incluyendo aquellos que pusieron el pellejo en riesgo frente a guardias, policías y colectivos para que después la MUD los dejara colgados para ir corriendo –ahí sí- a tratar de ganar “espacios”.
Está bien que viajen, que hagan sus reuniones, que sigan con el llamado a una comunidad internacional que con las inevitables excepciones del hermano Evo y el nepótico Ortega entre otros interesados, ya está convencida. Está bien y es sabroso viajar sobre todo con los gastos pagados como cuando yo viajé a costo confortable de las compañías en las cuales trabajé, pero tengan en cuenta que ya casi no les queda gente importante con la cual reunirse y el amigo Almagro, por recibir, casi que recibe a todo el mundo especialmente si va a hablarle mal del régimen de Maduro.
Pero no olviden que el cobre donde se bate de verdad es aquí, barrio a barrio, calle a calle, casa a casa, persona a persona. Porque si no, todo indica que quienes batirán ese cobre son los militares inspirados por el Hugo Chávez de otros tiempos que, aunque muerto y enterrado, sigue siendo para muchos banderín de batalla desplegado.