En proceso de diseño y diagramación, está pendiente una nueva edición de la revista especializada “Tiempo y Espacio”, dedicada a la etapa democrática venezolana. En ella, tendremos la ocasión de publicar un modesto trabajo – debidamente arbitrado – sobre los (in) esperados acontecimientos del 1º de enero de 1958 que nos permitió abanicar las distintas posibilidades dispensadas por la dura y difícil coyuntura ante la feroz dictadura.
Sintetizando, vencido el plazo acordado por la constituyente de 1952, debían celebrarse los comicios generales para el período 1958-1963 y, sin oportunidad de repetir, Marcos Pérez Jiménez ensayó un inconstitucional, fraudulento y sobrevenido plebiscito que, obviamente, ganó. La oposición se encontraba postrada, como literalmente lo refirió uno de los fundadores de la Junta Patriótica, en el contexto de un generalizado descontento que también – tímidamente – daba alcance a los sectores e intereses más íntimos del poder, traumatizados por el problema de la sucesión presidencial.
Para 1957, fueron varios los escenarios políticos abiertos, en el marco de una ilusa prosperidad económica que ya comenzaba a obscurecerse por la restricción voluntaria de las importaciones petroleras de Estados Unidos y el nivel de endeudamiento de un gobierno que apostaba por nuevas concesiones. Por ejemplo, la celebración de las elecciones presidenciales, como lo ordenaba la Constitución de 1953, o la puntual reforma constitucional que permitiese la postulación de Pérez Jiménez. E, incluso, las posibilidades igualmente apuntaron al golpe de Estado o al “diálogo insólito” con los funcionarios del gobierno, todas consideradas, además, en un documento suscrito por el joven Luis Herrera Campíns, intitulado “Frente a 1958”, editado en su forzado exilio y que muy bien ejemplifica el nivel de discusión de actores de una clara y limpia vocación política.
Acelerados los eventos por el doble y frustrado alzamiento militar del 1º de enero, teniendo por contexto la protesta cada vez más generalizada y espontánea de la población, destacando la que corajudamente protagonizaron los estudiantes liceístas y universitarios, una firme e indoblegable convicción se unió a los hechos más afortunados, sin que a nadie – probadas y cerradas las alternativas – se le ocurriese participar en el plebiscito de diciembre de 1957 o cualesquiera otras consultas parecidas, o textualmente cazar y generar un pacto con los círculos más o menos temerosos del poder, promover un acuerdo tras bastidores invocando cualquier pretexto que después dijera legitimarlo, y, muchísimo menos, aceptar favores personales. Hubiese sido tan absurdo como ridículo que, a sabiendas de las condiciones y de la composición misma del Consejo Supremo Electoral, aprendida la lección de 1952, alguien se empeñara en sufragar el plebiscito decembrino y, visto el resultado de antemano cantado, luego se levara las manos aconsejando esperar otro quinquenio más.
Atravesamos una inédita etapa en la vida venezolana, confrontados con una dictadura de inspiración castro-comunista, aunque – aparentemente cándidos – a muchos se les antoje, tan sabios, como un anacronismo. Solemos traer a colación el pasado, deseándolo para legitimar el más grosero oportunismo actual, más de las veces por ignorancia, que por un concienzudo inventario de los hechos. Empero, de asomar algún aprendizaje, el que más destaca es el de la entereza, coherencia y transparencia de propósitos y procedimientos para superar una dictadura, como la de 1958, que fue demasiado terrible, pero, al menos, con todos sus defectos, no hambreó descaradamente al país, ubicándonos frente a un 2018 lleno de desafíos irrenunciables, por más que los quieran aminorar o aligerar.