El apresamiento, en Colombia, de Jesús Santrich, guerrillero de las FARC, por requerimiento de un juez de Nueva York, ha movilizado el aparato de propaganda internacional cubano. Todo parecía haber terminado con el truculento acuerdo de paz entre el presidente Santos y este grupo criminal que, aunque rechazado por referéndum del pueblo, fue legitimado por el gobierno. Santrich estuvo 30 años en la guerrilla y fue figura en las negociaciones de La Habana, un sainete que duró dos años y generó una noticia internacional cargada de alegorías mediáticas como el estricto blanco que obligaron a vestir, incluso al presidente colombiano, durante la ceremonia de conclusión o la bella holandesa alquilada como negociadora guerrillera. De joven, Santrich parecía un dandy pero la vejez —que nada esconde y todo exhibe— mostró a un cínico lleno de maldad que cantaba boleros en burla cuando la prensa le preguntó por los cuerpos de los asesinados.
El acuerdo de paz les disculpó 50 años de actuación criminal previa: secuestro, narcotráfico, 350 mil asesinados y les otorgó además privilegios congresales. Los gringos miraron con cara de pavitontos esta urdimbre entre Castro y Santos. Días atrás, un juez de Nueva York presentó pruebas —emails, whatsapps, grabaciones y testigos— que vinculan al ‘guerrillo’ con el tráfico de drogas, posterior al acuerdo, y solicitó a fiscalía colombiana su apresamiento. Iba al congreso, feliz e impune, cuando lo atraparon. El aparato mediático cubano —intacto en el continente— se activó y trata de volverlo en héroe. Los gringos piden su extradición. A ver si en una cárcel de Oklahoma sigue cantando boleros burlones mientras una manifestación de almas en pena asesinadas por las FARC, ulula un coro de contrapunto en el silencio de su aséptica celda.