Sabe muy bien Nicolás que está cumpliendo con una formalidad auto-impuesta, dejando colar el hastío y el desánimo a pesar del libreto grandilocuente. Está consciente del desastre que ha creado, eludiendo la debida explicación con el repentino arrebato autoritario, el gesto y la palabra, que no escapan de las cámaras; punitivo, nada le interesa que se evidencie con la falta de transporte, electricidad o de agua; extorsionador, olímpicamente dice que dará, si le dan el voto; en fuga constante, promete industrializar siendo un insigne desindustrializador.
La concepción de la campaña es la del mero trámite de un continuismo que se dice ilimitado, en la que cada burócrata y contratista se esfuerza por preservar su posición, sabiéndola tan precaria como la dictadura misma. Acaso, quebrado el país, controlados numerosos rubros por mafias que suponemos más sólidas y previsivas, los habrá buscando dar un mordisco al dineral celosamente guardado para la escenificación de los actos y la movilización de una audiencia cada vez más difícil de atraer,
Desde las forzadas colas para el simulacro electoral del domingo próximo pasado, integrantes de una clientela ahora de infame mendicidad, se sentía la mirada de culpa y vergüenza al exponerse públicamente en respaldo del autor de sus desgracias. Y, aunque el comisario político buscaba reanimarlos con megáfono en mano, prometida una caja del CLAP al convocarlos, la única respuesta por la que apostaba seguramente fue la de una infiltración de “escuálidos”, apocados, silenciosos, pero no resignados.
Una concepción – esta vez – policial de la política, o de lo que asumen como tal, buscando una explicación a la melancolía generalizada, llevará a ese comisario o megafonista de ocasión, a sospechar de todos y de todo cuanto le rodea, enharinados o salpicados también sus más cercanos colaboradores. Es de tan grande dimensión el desastre que, por siempre, atenuando sus culpas, apostará por una conspiración, fuese la más modesta, ya que condensa casi dos décadas de una intensa propaganda y publicidad, procurando no responder ante sí y los suyos por semejante apoyo e, igualmente, por una situación personal que dista demasiado de los privilegiados del poder que defiende.
La transición democrática también será una oportunidad para el aporte de los psicólogos clínicos y sociales que, en lugar de improvisarse como dirigentes políticos, haciéndonos víctimas de un torpe aprendizaje, marcarán la ruta del urgido saneamiento que reivindique nuestra dignidad de personas humanas. La dirigencia espiritual, proveniente de las creencias organizadas en Venezuela, tendrá ocasión de contribuir al esfuerzo de recuperación de una ciudadanía sumergida en la picardía de la religiosidad política del socialismo.