No es de sorprender el percibir los mismos escenarios pálidos y desalentadores. Resulta como una tarjeta repetida de esos interminables álbumes de cromos de nuestra infancia. Hasta el niño más ingenuo se cansa de observar las imágenes una y otra vez, en la búsqueda de las faltantes. Abrir el paquete de sobres y volver a ver las que ya se tienen y no las faltantes, termina siendo un golpe desalentador en esa meta de completar la colección.
Esa sensación se resbaló por mi mente, con este proceso electoral del 20 de mayo. No se necesita hallarse abotagado de decepciones para comprender la farsa. Quién con su sano juicio pudiese votar por el actual Presidente para estos comicios.
Pero este proceso no cuenta con la más mínima posibilidad de lograr el cromo faltante como en nuestro inocente pasado. Para mucho ya todo está consumado, con los saldos estipulados desde Cuba y a la espera que el sufragio se realice con prontitud, para seguir descuartizando una nación sumida en una tempestad.
Serán las mismas caras sonrientes en su teleteatro trasnochado. Con el intolerable e insípido tono para anunciar los resultados, trabajados por la maquinaria para la trampa. Una receta ajustada para comprender que se perdieron los espacios para la justicia y la verdadera voz del pueblo.
No existe ningún ámbito positivo para el régimen. Ni un “por lo menos hizo esto o aquello”, sino puras cifras que serían las tachaduras del fracaso lógico en la visión de progreso, pero que en realidad constituyen en logros asertivos para llevarnos al desfiladero de las caídas abruptas y premeditadas.
He visto las redes sociales, saturadas con llamados trepidantes a votar. Son emitidos desde el fuero democrático, pero repitiendo los mismos compases incautos de los últimos años. Persiguen un sentido práctico, a por lo menos hacer algo. A no quedarse petrificado e ir tras algún motivo que no sea la espera de la derrota. Pero esta elección es hecha sobre medida. Al punto que la oposición parcialmente reflexiva, decidió esta vez no avalar el timo cantado a voces.
No existen instituciones independientes. Ni veladores del proceso o algo que incite a creer en alguna sorpresa confortante. Centenares de voces han emitido su rechazo a este fraude incisivo. Desde variados organismos internacionales, representantes de naciones y analistas consecuentes han señalado la irreparable estafa electoral del próximo 20 de mayo.
Tampoco se cuenta con candidatos de contención. Los únicos que asumieron el desacato y decidieron participar como aspirantes opuestos a Maduro -en unos comicios colmados por una avalancha de chiflidos-, tienen en sus hojas de vida política, las manchas deshonestas de haber formado parte del banquete por la destrucción nacional.
Antes nos preguntábamos, con una insistencia de dientes apretados, qué se ganaba con no ir a votar. Hoy la duda contraria tiene más de buen juicio: ¿qué se alcanza con ir? El ardid y la tramoya están pintados con brocha gorda.
Es una comedia desaforada por seguir en el poder, así emigre del país más del 10 por ciento de sus habitantes o la inflación pueda romper la barrera de lo inimaginable y sobrepase cualquier antecedente histórico mundial.
Nunca he creído en las comedias electorales, ni en los trucos y anzuelos de los dictadores, para avalar con el voto sus fechorías. La incertidumbre carcome sobre qué vendrá después de la artimaña, al Presidente adelantar este proceso para elegirse él mismo. Tal vez sí sea el más grande sufragio, en el cual nadie duda que no ganará la decisión del pueblo. Pese a ello, no pierdo la esperanza que pronto abriremos el sobre y llenaremos por fin el álbum de la libertad.
MgS. José Luis Zambrano Padauy
@Joseluis5571