El placer de desmembrar, por Carlos Blanco

El placer de desmembrar, por Carlos Blanco

 

 

Se coloca en trance; abandona por unos minutos el acento cubano y retoma el colombiano, aprieta las mandíbulas, los dientes chirrían y con toda la rabia del mundo, apenas con un movimiento de labios seguido sin entusiasmo por el bigote, enmarcados en un rostro charrasqueado, profiere sus promesas de desmembrar, descuartizar, liquidar, exterminar, triturar, al objeto circunstancial de su diatriba.

Maduro y los principales jerarcas son máquinas de odio que no disimulan sus motivos ni sus objetivos. No son gestos escénicos para darle fuerza dramática a sus decisiones. Más que ideología (que la tienen sin mucho estudio y como hoja de parra), más que convicciones políticas (que las tienen, pero desteñidas), lo que los domina es la voluntad de poder maligno. No es el poder para construir algo sino de destruir al otro, devastar al diferente, desmembrar, como con fruición Maduro prometió hacerlo con las mafias (léase, sus enemigos fortuitos de la hora).

Traspasaron las barreras de los proyectos políticos y se convirtieron en infernales máquinas criminales. Nacieron con la muerte el 4 de febrero de 1992. Tal vez algunos se sorprendieron de la sangre derramada entonces; pero luego, en el ejercicio del poder, asumieron cada vez más muertos, más bajas en el campo enemigo, más sangre joven en las calles, más presos y torturados. Y como bestias apocalípticas le tomaron el gusto a los cuerpos tasajeados.

Hay cada vez más casos en los que cuando no consiguen a alguien que quieren capturar, se llevan a la familia a casas de tortura (no a las instalaciones oficiales) y allí martirizan a sus miembros: muestran predilección por la electricidad en el pecho, en los oídos y en las partes íntimas. Nada oficial. Todo extraoficial. El propósito es que el “solicitado” se entregue a cambio de su gente.

Es la maldad por la maldad misma. Es un gozo perverso en aplastar. Sean civiles o militares; jóvenes o viejos; opositores de siempre o ex chavistas; todo aquello que se vea como amenaza real o potencial.

Esa malignidad fuera de toda medida es terrible; y es más terrible aun lo que incuba. No lo deseo pero me temo que la revancha puede ser brutal. Los que vieron morir al hijo en las calles de la protesta o en el hospital sin medicinas; los que fueron a la cárcel sin razón alguna; los torturados; los que perdieron su modo de vivir; los que andan los caminos del exilio con su dolor a cuestas; los que no tienen con qué comer…

¿Armagedón?

“Respecto a aquel día y hora nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mateo 24:36)

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