A Rafael María Baralt (1810-1860), uno de nuestros más importantes historiadores nacido en Maracaibo, mucha gente lo nombra pero en realidad muy pocos le han leído. La obra de Baralt: “Resumen de la historia de Venezuela” (1841) es el primer gran hito de la memoria republicana bajo los auspicios del autócrata que la mandó a elaborar y que muy poco aprecio le tuvo a los modales democráticos. Nos referimos a José Antonio Páez (1790-1873), el padre de la nación venezolana.
Lo interesante de leer a Baralt radica en que se trata de una buena pluma y de un intelectual instruido y culto que desde el exterior hizo de mirador del caos venezolano en su andadura incipiente apenas finalizada la Independencia. Baralt al igual que Andrés Bello (1781-1865) sospecharon que las construcciones civiles en el campamento militar venezolano luego de 1830 no ayudaban en alentar ese esfuerzo y prefirieron otros ambientes más benignos como el chileno y el español.
Baralt tuvo la obligación de establecer los hitos del patriotismo exaltando la obra de los libertadores aunque sin necesidad de endiosarlos como harían posteriormente Eduardo Blanco (1838-1912) y Vicente Lecuna (1870-1954). Todavía existe en la obra de Baralt elementos críticos de valía que muy pocas veces los historiadores sacamos a relucir en el presente. Y pienso básicamente que esto es así porque a Baralt no se le ha leído con la seriedad del caso. Como es una obra rara y vieja escrita en el año 1841 ha pasado a la categoría de reliquia clásica, y por lo tanto, casi invisible en realidad. Y esto es imperdonable porque lo que dice Baralt sobre nuestra Independencia es muy distinto a las versiones al uso.
Baralt siente que la herencia hispánica es el epicentro del ser venezolano. Aunque vivió el drama de reelaborar nuestro pasado desde la traumática ruptura que significó la transición de colonia a república. Baralt, al igual que Bello en su momento, se siente en primer lugar más español americano que un producto de las nuevas nacionalidades que surgieron luego de la Independencia. Balcanización ésta que debilitó estructuralmente una unidad territorial imponente como lo fue el imperio hispánico en América.
Baralt es lucido cuando entiende que fue España la que abandonó América y no al revés. Que a la Independencia se llegó por las malas desde unas revoluciones terribles que sacrificaron una obra civilizatoria construida pacientemente por tres siglos. Baralt se refiere despectivamente a los agitadores de la Revolución Francesa (1789) como “revolvedores” y sostiene la tesis que la alianza entre España y Francia a través del Pacto de Familia entre los monarcas borbones fue la principal perdición de Carlos IV y la Monarquía.
Baralt está muy claro cuando sólo se refiere a la Conspiración de 1797 y los intentos de invasión de Miranda en el año 1806 como los dos únicos movimientos de la pre-independencia verdaderos. Los justifica sólo desde la calamitosa postura de una revolución liberal que se está abriendo paso ante la decadencia irremediable de monarquías frágiles dirigidas por incompetentes. Baralt llama la atención a la postura contradictoria de una España aliada con Francia aupando la independencia de los colonos de la América del Norte teniendo ella misma sus propias colonias en el vasto Sur. Los ingleses jamás olvidarían ésta afrenta y se dedicaron perseverantemente, primero en atajar el bloqueo continental de Napoleón Bonaparte en Europa, y más luego, relevar a España como la potencia dominante en la América del Sur. Situación ésta que explica claramente como la presencia británica fue decisiva desde los años 1797, cuando ocupó Trinidad, y luego en 1817 desde Angostura enviando mercenarios, armas y dinero, favoreciendo a los separatistas.
Cuando Baralt se refiere a la “revolución” de 1810 y 1811 su análisis es tajante: fueron los patricios criollos en alianza con los peninsulares los que decidieron organizar un nuevo gobierno pro hispánico ante la invasión francesa sobre la Metrópoli en el año 1808. No hay para Baralt participación popular. El 19 de abril de 1810 fue un golpe de estado orquestado por la nobleza criolla en alianza con las milicias para deponer al “afrancesado” Emparan que no quiso plegarse a ésta iniciativa. Todo el teatro alrededor de Emparan y el balcón asumiendo maneras plebiscitarias sigue siendo un evento sospechoso al que Baralt se hace eco sin citar ninguna fuente documental que la respalde.
Baralt asume el 19 de abril de 1810 como un acto pro hispánico y en contra de Francia. Y explica la radicalización de ese evento por la torpeza de la Regencia que envió al Comisionado Don Antonio Ignacio de Cortabarria hasta Puerto Rico para imponer un bloqueo naval imaginario sobre las costas venezolanas desconociendo el paso dado por el ayuntamiento de Caracas. De igual forma el “ejemplo que Caracas dio” no fue secundado ni por Maracaibo, Coro y Guayana planteándose desde ese momento una atmosfera de guerra civil.
Dos partidos se constituyeron luego de los eventos del 19 de abril de 1810. El partido separatista aún reacio a romper radicalmente contra España y el partido realista en sintonía con la Madre Patria ausente. Ambos partidos estuvieron conformados por la elite blanca. Las tensiones fueron en aumento y el arribo de Francisco de Miranda (1850-1816), ya con sesenta años de edad hasta Caracas, terminó de influir en la marea hacia la declaración definitiva de una Independencia que se pensó inevitable y pactada con la finalidad de resguardar los intereses de la clase blanca criolla dominante. Los firmantes de la Independencia el 5 de julio de 1811 son casi todos moderados propietarios de esclavos y latifundistas, integrantes de la “nobleza territorial”, que nunca sospecharon que la guerra de exterminio los iba a barrer por completo. Hicieron la Independencia para mantener a raya a los sectores sociales inferiores encabezados por los pardos y temiendo a las esclavitudes negras habida cuenta que el edificio de la Monarquía estaba derruido.
“La regencia había heredado de la fugitiva y desacreditada junta central un poder que apenas se extendía a pocas leguas de Cádiz: y la regencia encargó a Cortabarria la ejecución de proyectos hostiles con recursos y fuerzas escazas, o ningunas. Las cortes extraordinarias se habían reunido en un tiempo poco menos calamitoso, cuando la libertad del suelo era un problema hasta para los más confiados: y las cortes extraordinarias, lejos de aceptar la propuesta que les hizo Inglaterra de mediar entre ellas y las colonias rebeladas, diferían de un día para otro el considerar tan importante negocio”.
En realidad las “colonias rebeladas” incurrieron en el paso independentista porque no había Metrópoli en pie. Y los precarios órganos gubernamentales provisorios que quedaban en representación de los reyes secuestrados en Bayona poco pudieron hacer para entender sobriamente que la causa española en América quedaba en una completa deriva. El resto de lo que ocurrió luego ya a partir del año 1812 es todo un drama alrededor de la más despiadada guerra civil.
ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ
@LOMBARDIBOSCAN