Cada cierto tiempo, por lo general después de escuchar un nuevo caso de corrupción, de esos grotescos que proliferan en Venezuela como bacterias en caldo de cultivo, me da por hacer un recuento. Comienzo a recapitular y a tratar de recordar los nombres de los corruptos que, en su momento, también fueron noticia por el escandaloso desfalco que cometieron y en el que fueron pillados. Y lo hago con la intención de que no caigan en el olvido, porque no pierdo la esperanza de que, tarde o temprano, paguen ante la justicia cada uno de sus graves delitos; así sientan que, viviendo en España o Miami, estarán fuera del guante de la ley.
Más allá de lo que dicen los expertos que, para la reconstrucción del país cuando logremos cambiar de sistema de gobierno, será necesaria una cuota de perdón -algo así como “lanzar a pérdida” o “al olvido” lo que algunos de los tantos corruptos que surgieron en este régimen se robaron- mi anhelo es otro. Y estoy seguro de que es un anhelo compartido por el grueso de los venezolanos decentes que lograban, con sus méritos y su trabajo honrado, prosperar en la vida; pero que hoy se encuentran secuestrados en una Venezuela irreconocible, pobre, enferma y destruida.
No es fácil pensar en una cuota de perdón para, por ejemplo, el exmagistrado prófugo de la ley Luis Velásquez Alvaray cuando hay tantos compatriotas atrapados en la miseria. Me cuesta pensar en un Alejandro Andrade libre -codeándose con el jet set internacional, paseándose por sus haras, y disfrutando de la inmensa fortuna que amasó gracias a su tránsito como guardaespaldas del Difunto Presidente hasta convertirse en el Tesorero de la Nación- cuando la suma de sus bienes y los dólares en sus cuentas servirían para reactivar el sector productivo del país, hoy completamente destruido. ¿Perdonaríamos a Rafael Ramírez, a los bolichicos de Derwick, a Manuitt, a Antonini, a Jesse, a los militares del Plan Bolívar 2000 o a los que hoy se enriquecen haciendo negocios sucios con las cajas Clap o revendiendo las medicinas de alto costo del Seguro Social? ¿Podremos los venezolanos perdonar a los ladrones de la patria que se enriquecieron grotescamente con los dólares Cadivi? ¿Perdonaríamos a quienes, en algún momento, tuvieron la responsabilidad de construir más centrales hidroeléctricas, nuevas vías de comunicación, más hospitales, nuevos sistemas de bombeos, vigilar las inversiones para el mantenimiento de las refinerías pero que se cogieron los reales que les asignaron para estos proyectos y los derrochan en España, en Suiza, en Francia o Miami? ¿Tendremos la capacidad de perdonar a quienes, gracias al Chavismo y al Madurismo, pasaron de ser unos humildes empleados públicos a los magnates que son hoy, sin importarles que, con el dinero robado, condenan a muerte a toda una nación?
Pese a lo que diga la Biblia al respecto, sueño con verlos pidiendo clemencia. Suplicando un perdón que no puedo concederles porque, lo que vivo diariamente en esta Venezuela -que amo y me duele tanto- es producto de sus acciones. De sus robos, sus estafas, desfalcos, negocios sucios o comisiones jugosas. No puede tener perdón quien, pese a lo que vivimos en el país, tiene el desparpajo de llevar una vida de lujos ilimitados, gastando un dinero mal habido a costa del hambre, las enfermedades y la miseria que hoy atravesamos los venezolanos. De alguna manera u otra, cuando llegue el momento del saneamiento y la reconstrucción, aspiro ver a cada uno de los ladrones de la patria respondiendo por sus delitos. Delitos graves e imperdonables. Quiero ver extraditados a los que viven afuera y que, probablemente, asientan su tranquilidad en nuestra tendencia a tener memoria corta. Deseo ver tras las rejas a quienes aún permanecen aquí, chupando como parásitos lo mucho o poco que todavía pueda quedar en el país. Y mi esperanza se alimenta con las imágenes de los más sanguinarios tiranos, corruptos o delincuentes que, tarde o temprano, por más invencibles y poderosos que fueron, les llega su hora. Como en su momento le llegó a Gadaffi, Mubarak, Mugabe, Noriega o Castro.
La lista de funcionarios -empresarios, militares, banqueros, magistrados, diputados, gobernadores, y otros- que durante este régimen les han metido las manos a las arcas de la Nación para su usufructo personal es enorme; para tristeza, vergüenza y dolor de todos los que padecemos esta pesadilla. Una pesadilla provocada por la consecuencia de estos actos de corrupción que, hasta ahora, no han sido condenados. Nombres que no pueden caer en el olvido. Estos veinte años de putrefacción propiciada por el régimen, están llenos de nombres que no pueden quedar sepultados bajo el peso de los nuevos nombres y escandalosos casos que protagonizan los corruptos y cómplices, que no dejan de proliferar.
Es mi aspiración -y la de muchos con quienes converso este tema- que la mayoría reciba el castigo que imponga la Ley, humana o divina; porque, la destrucción, miseria y muertes que provocaron con sus acciones merecen ser condenadas. Solo espero que, cada ladrón de la patria, llegado el momento, enfrente el juicio, la sentencia y la condena que todos los venezolanos ansiamos para estos delincuentes.
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