El fraude electoral cometido por Cambridge Analytica en las elecciones de USA 2016, no se hubiese podido perpetrar sin los datos obtenidos de Facebook, acerca de la personalidad de 87 millones de electores norteamericanos. El negocio de Facebook, al igual que el de Google o Twitter, opera de la siguiente manera: estas plataformas ganan dinero vendiendo publicidad; esto en principio es razonable, porque el usuario recibe un servicio gratuito que cuesta miles de millones de dólares desarrollar, a cambio de lo cual Facebook permite que los anunciantes envíen publicidad a la medida. Hasta ahí hay equidad. Zuckerberg, luego de su comparecencia ante el Congreso Americano, en virtud del escándalo mundial que se formó, dijo que: “permite a los anunciantes que le digan a qué tipo de público quieren llegar y es el propio Facebook quién coloca la publicidad, sin que los datos cambien de mano”. También agrego que se equivocó en referencia al escándalo de la consultora Cambridge Analytica: “está claro ahora que no hicimos suficiente (….) Fue un gran error. Fue mi error, y lo siento”.
Desde hacía tres años Facebook sabía que esos datos se habían desviado, pero no inició ninguna investigación y hasta el mes de marzo de 2018, no había suspendido las cuentas de Cambrigde Analytica y del profesor Kogan que obtuvo la data con fines académicos, pero que luego se la vendió a CA. El tema es que este uso inapropiado de la información permitió que CA colocara la publicidad individualizada, de manera que la data si cambió de manos. Además que la gente de Facebook, durante las elecciones, podía suponer la manipulación sobre el electorado y la ventaja que eso le daba a Trump, pero callaron y no dijeron nada.
El asunto es que Facebook te conoce mejor que nadie. Veamos porqué: bastan 10 “me gusta” para que los algoritmos logren definir la personalidad de alguien mejor que sus compañeros de trabajo.150 “me gusta” logran definirnos mejor que nuestros padres, y 300 nos definen mejor que nuestra pareja. Pero además, fotos, mensajes compartidos y mensajes enviados, nos definen mejor que los “me gusta”. Así que nos podemos imaginar la descomunal arma de manipulación que poseen esas plataformas sobre nosotros. Como sabemos, la personalidad es una combinación de pensamientos, comportamientos y sentimientos. Es ilegal que los anunciantes se dirijan a nosotros en función de nuestra personalidad; lo que no es ilegal es que se dirijan en función de nuestros intereses. La prohibición legal es sana y conveniente, pero pareciera que se legisló en una época que las compañías publicitarias no podían descifrar nuestra personalidad. El dilema ahora es como preservarnos de un bombardeo publicitario “dirigido con laser” si ya estas compañías tienen la tecnología. Visto así estamos inermes frente al poder de persuasión de esta gran maquinaria. Para los intereses de Facebook lo importante ha sido legalizar excesivamente sus condiciones de uso y olvidar algo tan importante como es la expectativa razonable del usuario.
La verdad es que la gente encuentra en la plataforma un lugar de encuentro con amigos, pero lo asume como un espacio privado, como si fuéramos a la casa del otro, no como si camináramos por una plaza pública. Luego se debe respetar esta expectativa de la gente, no violentarla al mercantilizarla. Lo que la comunidad internacional debe proponerse es regular a estas redes sociales y limitar su alcance sobre las personas, algo no tan sencillo ni fácil; tal como se comprobó durante las audiencias en el Congreso. Allí el desconocimiento del funcionamiento de las redes, por parte de los congresistas, se hizo patente durante la comparecencia de Zuckerberg. Ahora lo citaron a comparecer al parlamento europeo. Esperemos que los legisladores se preparen mejor. En tanto que ahora la política de Facebook para luchar contra las noticias falsas que detectan sus algoritmos, no es eliminarlas sino restarles visibilidad. Algo más efectivo debería pasar.
Miguel Méndez Rodulfo