Otro sufragio inservible más para la memoria. Esta vez tuvo una suerte de luto colectivo. Calles desérticas, como de algún trasnocho decembrino. Fue la oportunidad para el pueblo venezolano, de compartir con la familia en los hogares y el hacerse el desentendido con unas elecciones presidenciales que despertó más interés en el exterior, que en un país cansado de los mismos resultados falseados.
Las imágenes de centros electorales deshabitados de votantes saturaron las redes sociales y algunos portales de noticias valerosos. Hasta fueron captados a miembros de mesa que -embadurnados con el tedio de un día marcado por la soledad-, asumieron la posibilidad de tomar una siesta en pleno proceso.
Lo único a ser resaltado en unos comicios a toda ojeada, sin valor ni credibilidad, fue el discurso infame e insufrible de los candidatos opositores. Falcón gimoteó una especie de arrepentimiento a destiempo. Clamó con una alocución tan previsible como aburrida, por la repetición de las elecciones para noviembre, cuyo auditorio probablemente hacía grandes esfuerzos para no bostezar y verle la impertinencia hasta en el cuello de la camisa.
Peor fue la declaración de Bertucci. Desde temprano mostró videos, quejas inescrutables y una serenidad de mojigato, para sustentar la presencia de abuso del poder del Estado por parte de un régimen que siempre tiene la costumbre a hacer lo que le pega en gana.
“Hubo puntos rojos a menos de 200 metros de los centros. En los acuerdos se prometió que no se haría”, refería Bertucci con una animosidad de féretro, mientras los periodistas se miraban entre sí, pues esas artimañas son preconcebidas por el Gobierno y por eso la verdadera oposición política no participó, pues no había ni forma ni manera de detener el fraude recurrente.
Embriagados por sus propias indignaciones, observaron puntos rojos, rosados, verdes y hasta manchitas diseminadas, ya que en esta enfermedad llamada trampa, siempre es obvio el chantaje, el escamoteo de votos, la usurpación de identidad de los electores y el abultamiento de resultados.
La intervención de Tibisay Lucena por televisión pareció esta vez, más telegrafiada y emitida como de memoria. Me recordó a esas películas que en los años ochenta, repetían los canales nacionales hasta el cansancio. Ya se sabía hasta cómo iban a ser los movimientos de las manos y la precisión del parlamento de los actores.
La regente del Poder Electoral comenzó su intervención, exigiendo respeto a la comunidad internacional, para con un Gobierno que se inventa tanto elecciones, como evasivas y subterfugios a sus descalabros. Vació así en el micrófono, las cifras extrañas, mal fantaseadas y con un apremió sorpresivo.
No emitió mayores detalles, ni le imprimió la rimbombancia de otros tiempos. Tal vez está convencida de la incredulidad que genera, pues su irritante inmoralidad debe hace gruñir hasta al perro de su casa.
Casi al propio tiempo en que los venezolanos no salía a votar, otros tantos de compatriotas sí lo hacía, pero a concentrarse en Lima, Madrid, Buenos Aires, Santiago, Bogotá, Miami y otras ciudades del mundo, increpando: “Maduro, farsante, tus elecciones son un fraude”, marcando su protesta enérgica al planeta sobre la carencia de democracia en Venezuela.
La abstención fue absoluta. Muchas encuestadoras aseguran que la participación apenas llegó al 20 por ciento. Jamás a un 48% como emitió el CNE. Lo cierto es que de esta ilusión electoral, podrían desprenderse sucesos que lograrían desconcertar hasta a los más confiados. El mensaje al mundo es que el régimen se atreve fingir unas votaciones, aunque media humanidad está clara y no cree en sus maromas para la mentira.
@Joseluis5571