“Quien no se resiste a percibir el deterioro acaba reivindicando, sin demora, una justificación especial para su permanencia, actividad y participación del caos”.
Walter Benjamin
Venezuela sufre un proceso político que envejeció en sí mismo con veinte años. Veinte años en los que parece que la estrategia utilizada, más allá de la propaganda y el populismo, es jugar al desgaste.
Todo parece indicar que el gobierno, en su afán de perpetuarse en el poder ha ido avanzando en una estrategia para mermar poco a poco las condiciones de vida del venezolano, de hacerlo más conformista y más dependiente del aparato del estado día a día.
Nos hemos acostumbrando a vivir con mayores privaciones, sin alimentos, sin medicinas, sin seguridad… a los cortes de luz y de agua potable, al sombrío panorama de calles llenas de basura, al matraqueo y la trampa. Hemos ya desterrado de nuestras vidas el espacio para el ocio y la recreación.
Las dantescas escenas de ver gente rasgando bolsas de basura para comer dejaron de ser imágenes lejanas para convertirse en una realidad constante, ya no nos asombran las cifras de homicidios y hechos de violencia, ya dejaron de ser importantes para la opinión pública.
Hemos perdido la capacidad de asombro ante la crueldad y la indolencia a la que nos han sometido. La vida del ciudadano de este país se ha convertido en una misión de supervivencia personal. Solo nos ocupamos de conseguir lo más básico para subsistir, olvidándonos del entorno y de lo que sucede realmente en el país que afecta directamente nuestras vidas. Nos han ido desgastando, minando y haciéndonos dudar de nosotros mismos.
Nuestras vidas se han visto inmersas en una vorágine de caos social, de una anarquía sin igual donde cada quien hace prevalecer, dentro de la mediocridad, su viveza o su condición de poder haciendo uso de las prebendas que le otorgan ciertas cuotas para imponerse en una sociedad que se ha visto canibalizada por actos simples pero contundentes de inversión de valores.
Pero el desgaste es bidireccional, así como nuestras vidas se han visto trastocadas, la de aquellos que nos gobiernan también. El rechazo a su gestión es multitudinario y para prueba solo hace falta remitirse a lo sucedido el pasado 20 de mayo.
Un movimiento político que en su momento fue visto como la esperanza para convertir a nuestro país en una nación modelo, y que arrastraba ingentes cantidades de “pueblo” en sus movilizaciones, se ha visto solo, necesitado de usar la compra de conciencias, la coacción y la amenaza como herramientas para lograr aparentar el favor popular. Sin poderlo conseguir, la abstención, el hartazgo y el hastío fueron los únicos vencedores de ese proceso.
Aún es tiempo de que la clase política venezolana de lado y lado analice y entienda que la gente en la calle se está cansando de esperar por soluciones a sus problemas, más allá de politiquería y discursos vacíos. Que entiendan que el desgaste ya los está tocando a ellos.