Siempre sostuve que América le debe a Álvaro Uribe el frenazo que en la década pasada detuvo la expansión del chavismo hacia la parte sur del subcontinente, de la misma manera que a comienzos de los 60, Rómulo Betancourt, en Venezuela, se propuso y logró que el castrocomunismo no convirtiera a la Cordillera de Los Andes en una nueva Sierra Maestra.
Desgraciadamente, ni Álvaro Uribe en Colombia, ni Rómulo Betancourt Venezuela, tuvieron continuadores en su visión del peligro letal que representa para las democracias la emergencia de los totalitarismos y la necesidad de confrontarlos con todo hasta que sean desarmados y desaparezcan para siempre.
Que Venezuela haya pasado los últimos 20 años de su historia luchando con suerte varia y sin lograr extirpar definitamente la horda narcosocialista que fundó Chávez y comanda hoy Maduro; y que Colombia, después de Uribe traspasar el poder en 2010 a un delfín, Juan Manuel Santos, que pactó con el castrocomunismo venezolano para negociar con las FARC un “Acuerdo de Paz” que es ampliamente favorable a la narcoguerrilla, habla de estos déficits y de las correcciones que cada país ha emprendido, por su lado, para aproximarse a una solución en la cual, la Colombia de Uribe y la Venezuela de Betancourt, se vuelvan a encontrar en la tarea de reconstruir los caminos de América hacia la libertad.
En Venezuela, en efecto, el domingo pasado, el pueblo habló absteniéndose de participar en una farsa electoral con la cual Maduro buscaba relegitimar su mandato, y hoy, ocho días después, el pueblo colombiano elegirá presidente a Iván Duque, candidato del “Centro Democrático” de Uribe, que no se propone otra cosa que limpiar a Colombia de la narcoguerrilla y sus aliados y reiniciar la lucha contra el castrocomunismo que representa el exlíder autobusero, verdugo de la democracia venezolana y agente de los factores políticos que tanto se empeñaron para que Uribe y el uribismo desaparecieran de la faz de Colombia, Venezuela y América.
Quiere decir que, las agujas del reloj histórico retroceden al punto en que las dejó Uribe en mayo del 2010 cuando traspasó la presidencia a Santos, pero con la situación venezolana en fase terminal, puesto que, el narcosocialismo que Chávez dejó como herencia a Maduro -después de fallecer en el 2013- ha gangrenado el espacio físico y moral de la República, y las FARC no están a punto de ser derrotadas sino recuperadas después que el “Acuerdo de Paz” Santos-Timochenko, prácticamente, las trajo a la vida.
En otras palabras que, sería de una “corrección política” exagerada no plantearse que, una hostilidad como la que sin duda emergerá en los próximos días o semanas entre el uribismo y el madurismo no conduzca a una confrontación militar y que en la misma esté establecido como objetivo fundamental el desalojo de Maduro de la presidencia de la República de Venezuela.
Así, por lo menos, lo denunció el propio Maduro en el discurso que pronunció el jueves ante un organismo que sus seguidores llaman ANC (Asamblea Nacional Constiyente), en la cual se juramentó rocambolescamente para iniciar un nuevo período presidencial, pero no sin antes acusar a Uribe de estar agitando la frontera “para emprender una guerra contra Venezuela”.
Por supuesto que sin aportar una sola prueba, aunque es posible que Maduro se esté preparando para una respuesta militar de Duque y Uribe ante la denuncia de que, Venezuela se está convirtiendo en un reguero de campamentos guerrilleros de las FARC y el ELN que se han movilizado movilizado hacia el norte y no tienen otro propósito que mantenerse como fuerza de reserva en caso de que el nuevo gobierno no ratitique el “Acuerdo de Paz” firmado en Santos y Timochenko.
Y que apuntan tanto a Bogotá como a Caracas, pues podrían estar a disposición de las FARC y el ELN en caso de que Uribe y Duque decidan regresar a la línea de derrota total de la narcoguerrilla que desvió Santos, o a Caracas, en caso de que Maduro sea amenazado por un golpe de estado o una explosión popular.
Fuerzas que hasta este momento se han situado, básicamente, en la región del Catatumbo, en la línea que delimita la peninsula de la Goajira y la Sierra de Perijá y la que separa el Estado Táchira y el Norte de Santander, siempre muy agitada, pero sobre todo ahora, cuando es el paso más solicitado por los cientos de miles de refugiados que huyen de la dictadura de Maduro, hacia la democracia de Duque y Uribe.
Pasos, estados, rayas y regiones muy calientes, excesivamente calientes, donde a la ilicitud de los negocios que se originan en toda frontera que es el escape de ingentes contingentes humanos, se une el drama de la desadaptación de quienes llegan y quienes reciben, dando curso a crisis y choques, decididamente, apocalípticos.
Y de cuyas ubres saldrá y estallará un conflicto ya muy avanzado, que ha sido contenido apenas por el trabajo de las políticas transicionales de la ida de Santos y el regreso de Uribe y también por el empeño de organismos multilaterales como Acnur y la CIDH de la OEA, que han realizado un enorme esfuerzo para la que es una de las principales muestras de la crisis humanitaria que vive Venezuela, se mantenga bajo control.
Y de la cual Colombia y el resto de países democráticos de la región (junto con los refugiados) son sus principales víctimas, pues no estaba entre sus planes crecer de una manera exponencial con exilados venezolanos, forzados a abandonar Venezuela por el dictador Maduro, literalmente, para tirarle los costos de sus trabajos, manutención y servicios a otras economías, mientras la dictadura se dispone a incautarle parte sustancial de las remesas que envían a sus familiares -que quedaron como rehenes en el país- para que sobrevivan.
En otras palabras que, un mecanismo de expoliación, esclavitud y sujeción que es el mismo que le procura a la dictadura cubana de los Castro en Cuba algo más de 4000 mil millones de dólares anuales y que Maduro ha copiado eficientemente para compensar el ingreso en divisas que Venezuela ha dejado de percibir por la bancarrota pavorosa del total de su economía.
La gran pregunta es: ¿Permanecerá la región de brazos cruzados mientras una narcodictadura que copia el modelo socialista cubano en sus aspectos más crueles, no por equivocación, sino porque sabe que es la forma más rápida y rapaz de ensañarse en la destrucción de un país para vivir de sus despojos, permitirá que tal genocidio, tal crimen de lesa humanidad, se siga cometiendo, y ya no solo contra Venezuela, sino contra todo una región, contra todo un continente?
Yo estoy convencido que no, y no porque crea que vivimos en un mundo donde la lucha por los principios esté por encima de los costos que genera su rescate, sino porque sé que hay realidades como la hermandad colombovenezolana, y demócratas como Álvaro Uribe que conocen los nidos de los neototalitarios y sabe como ir a buscarlos para llevarlos a la cárcel.
Hace algún tiempo, Ulises, un cumanés que pasaba por la casa con frecuencia a hacer trabajos de plomería y electricidad me preguntaba: “Periodista: ¿conoce a Uribe, a Álvaro Uribe, nunca lo ha entrevistado? Si no lo ha hecho, hágalo pronto y me guarda la entrevista. Es de los líderes que admiro porque no se le agua el guarapo”.