Quizás la jugada política más inteligente y perversa que se haya ejecutado en estas dos décadas de chavismo, fue la creación de una falsa oposición, construida, como el monstruo de Víctor Frankenstein, con trozos de los cadáveres políticos generados por la debacle electoral de diciembre de 1998.
Superada la rebelión ciudadana que alcanzó su máxima expresión el 11 de abril, con los acontecimientos que sería ocioso reenumerar, el chavismo, que necesitaba tiempo para cimentar su proyecto hegemónico y conocedor del nivel ético de quienes habían ejercido el poder en los ocho lustros anteriores, dio luz verde a la creación de la Coordinadora Democrática, nutrida por ex adecos y ex copeyanos de primer y segundo grado, no acostumbrados a la pérdida de las delicias de la vie en rose que produce el ejercicio del poder en Venezuela.
¿Cuál fue la idea? Construir una suerte de perro político que ladrara, pero no mordiera, que copara el espacio que en toda sociedad democrática corresponde a quienes disienten del gobierno y, sobre todo, que condujera a las masas descontentas por senderos improductivos, incapaces de generar el menor daño al régimen imperante.
Así fueron creados los estruendosos cacerolazos, las bailantas, las marchas sin objetivo y eventos similares, que si bien tenían efectos catárticos, eran políticamente inocuos. Mientras los ciudadanos desplegaban sus banderas y sudaban en las calles de ciudades y pueblos, el régimen reía y avanzaba, consciente de que en la noche ya todo habría pasado y que los acontecimientos del día apenas alcanzarían una modesta mención en la historia.
Quizás, ese lector impenitente que era Hugo Chávez, detuvo la lectura de las Coplas del Amor Viajero, de Andrés Eloy Blanco, atraído por el siguiente verso:
«Yo, entre tanto, junto al mar,
esperaré tu venida
y en un eterno esperar
se me pasará la vida.»
Toda espera es hija de la esperanza; de allí que cuando en política se desea que la espera sea eterna, la esperanza se reubica siempre cerca de la mano del iluso, pero nunca lo suficientemente cerca para que sea asida. Así, una esperanza que va saltando delante de nosotros cual conejo que huye, puede distraernos por toda la eternidad y el régimen perdurar por igual tiempo.
La Coordinadora Democrática y la Mesa de la Unidad Democrática tuvieron éxito al cometer la estafa más grande en la historia de este País. Se hicieron pasar por opositores y, mediante engaño, obtuvieron beneficios para sí y para terceros y, sobre todo, cometieron el inmenso crimen de hacernos sentir un pueblo indigno, sin mérito alguno para ser libre.
Esta estafa, como cualquier otra, es dolosa, realizada con toda la intención de hacer daño y lograr el muy concreto objetivo de fortalecer un status quo que les resulta favorable. Si no fuese así, ¿Cómo se explican las gestiones de «opositores» para que se suspendan las sanciones a líderes de la tiranía? ¿Qué excusa pueden presentar para quitarnos el sabor amargo que nos dejó la marcha del 1° de septiembre de 2016, cuando la movilización de más de un millón de ciudadanos no sirvió absolutamente para nada?
Por cuanto «no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo», la MUD ya no es capaz de alcanzar sus objetivos y es necesario sustituirla por otro titiritero; a tal efecto, el chavismo cavila entre Falcón y Bertucci, pero cualquiera que fuera la escogencia para el liderazgo de la nueva falsa oposición, tiene una pesada piedra en el ala: el inocultable rechazo de la ciudadanía a uno y a otros, expresado sin ambages mediante la magnífica y avasalladora abstención del 20 de mayo.
Si ese hubiese sido el único logro de ese penúltimo domingo de mayo, deberíamos sentirnos satisfechos, pero hay más: el 20M deberá celebrarse como el día que nos encontramos a nosotros mismos; como la fecha en que le gritamos al mundo que somos un pueblo de gente digna y combativa y, a todos los efectos, que la falsa oposición, llámese MUD, Frente Amplio o de cualquier otra manera, no nos representa ni está autorizada para ser nuestra vocera.
Esa nueva realidad, construida por cada uno de nosotros, por la inmensa masa de ciudadanos comunes que soporta la pesada carga de la tiranía, nos llena de válida esperanza y nos acerca –sin lugar a dudas– a la libertad.
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