Evidentemente que la primera y más importante razón es porque ha logrado un mínimo de cohesión en las filas oficialistas, mientras la oposición democrática siempre tuvo una unidad precaria, y en diversas épocas, como la actual, prácticamente inexistente.
Es una característica que no falta en ninguna coyuntura histórica en que se enfrentan un régimen de fuerza que “soluciona” sus diferencias a base de represión y una oposición democrática que lo hace a punta de “discusión” y arroja siempre un saldo favorable para quienes, como pensaba Donoso Cortés, entienden la política como “ejecución” y desfavorable para los que la desovillan como “parlamentarismo”.
Observar que después de 20 años de fraguado e instaurado el castrochavismo en el poder, la oposición democrática discute aún sobre si violencia o paz, elecciones o explosión social, balas o votos, es una prueba de cómo las “oposiciones” requieren algo más que deseos para poner fin a los totalitarismos, y que, por supuesto, tal carencia tiene que ver con los liderazgos, con el carisma que emana de una autoridad que se gana entre la gente, en la calle y más allá de las promesas y los discursos.
Los nombres de Winston Churchill, Rómulo Betancourt y Álvaro Uribe siguen como secuencia lógica de un artículo que se ocupa de las democracias en peligro y su rescate por movimientos políticos cuyos líderes no se apartaron un segundo de sus convicciones y pudieron experimentar retrocesos, incluso fracasos, pero sin doblarse ante profetas cuya único argumento era matar para reinar.
Pero hay otros factores que en el caso venezolano son de extremadísima importancia señalar y subrayar, como
pueden ser el carácter “mixto” con que emergió el totalitarismo venezolano (por lo cual es muy pertinente llamarlo más bien “neototalitarismo”) y que consistió en alcanzar el poder a través de unas elecciones de decencia y transparencia no controvertidas, convocar a una constituyente que redactó una nueva constitución donde se respetaba la independencia de los poderes, y, en lo fundamental, se toleraban derechos constitucionales como la propiedad privada, la libertad de expresión, de reunión y de movimiento.
En otras palabras, todo lo que quería oír la comunidad democrática internacional que venía de derrotar al comunismo totalitario marxista durante la “Guerra Fría”, y estaba ansiosa, no de extirpar de raíz a los movimientos políticos que habían nacido y crecido al abrigo de la Revolución Rusa, sino de reconvertirlos en socialdemócratas, tal como estaba ocurriendo con el PSOE en España y los partidos de izquierda chilenos, el Socialista y el Comunista, que se integraron a la llamada “Concertación” que siguió a Pinochet.
Digamos, entonces, que el chavismo, por consejería del “Foro de Sao Paulo” y de un Fidel Castro trasmutado en Mefistófeles tropical, apareció con todos esos atuendos, con todas las máscaras y disfraces para engañar a aquellos que quisieran dejarse engañar con la conseja de que podía existir un socialismo stalinista y cubano “con rostro humano”.
Pero si hasta se le inventó una nueva etiqueta, un nuevo empaque, “el Socialismo del Siglo de XXI”, algo así como un hijo del otro, del socialismo del siglo XX, pero aprendido, mejorado, recargado y sin las malformaciones, crueldades y vicios del padre.
Sin embargo, tan pronto empezaron a enfrentarse los “hechos reales” del socialismo que traía el teniente coronel Chávez en el morral, rápidamente se vio que, como dice el refrán, la procesión iba por dentro, ya que la fachada seudodemocrática y seudoconstitucional no fue más que el inicio de una democracia plebiscitaria (que se hacía llamar “participativa” y “protagónica”), donde, en asambleas populares, implementadas por el clientelismo político y la burocracia estatal, se suspendían la Ley y los Derechos si era que, según la interpretación del caudillo Chávez, estaban contra los intereses del pueblo soberano.
Un populismo extremo, en definitiva, escorado sin contén hacia el socialismo y el comunismo, donde, de repente, se hacían concesiones a la democracia y el Estado Derecho (como era darle libertad a un preso político por una decisión judicial o reconocer los candidatos ganadores de la oposición en determinadas elecciones) pero solo como espejismos, ya que en la práctica el sistema electoral mantenía las mayorías chavistas que velaban por la hegemonía del Caudillo.
Hubo, sin embargo, crisis políticas, económicas y sociales, en las cuales, una dirigencia con mediana claridad de lo que se escondía tras la dictadura comunista y totalitaria, desarrollada por fases y mestizando el electoralismo con el militarismo, pudo derrotar y sacar de juego a Chávez y el socialismo, como fueron la intentona golpista del 11 de abril del 2002 y el paro petrolero que le siguió desde finales de ese año hasta comienzos del 2003, pero sorprendentemente (tal como sucede hoy en Nicaragua) la oposición y la comunidad internacional fueron engañadas por una presunta vocación del chavismo por el diálogo y la remisión de la crisis a una solución electoral, el Referendo Revocatorio del 15 de agosto del 2004 que, desde luego, fue despachado por la dictadura con un gigantesco fraude electoral.
Pero aparte del fraude, en el camino de las crisis del 2002, y el 2003, habían quedado la integridad de la FAN y de PDVSA, que fueron despojadas, la primera, del 60 por ciento de su oficialidad democrática, y la segunda de 25 mil trabajadores, entre gerentes, técnicos y obreros, despedidos compulsivamente de sus filas, bien porque no eran militantes del partido de gobierno, o neutros o indiferentes con el socialismo y la revolución.
En otras palabras que, para cuando Chávez cumple el primer sexenio en el poder (2007) ya estaba configurada la Venezuela que se ha mantenido hasta hoy y que, con variantes, algunas veces pareció tomada por el chavismo y otras por la oposición.
En general, sin embargo, puede sostenerse que los dos polos enfrentados, sin hacerse concesiones y en espera del suceso que nacional o internacionalmente (o de conjunto) decidiera quien definitivamente resultaba el vencedor en Venezuela: si la barbarie o la civilización, si el totalitarismo o la democracia.
En el contexto de estas expectativas, es evidente que lo más significativo es la aceleración que le ha impreso el madurismo a la implantación del modelo socialista, recurriendo a extremos como la hambruna y la falta de medicinas, pero sobre todo, desatando una hiperinflación que, al anular el valor del trabajo y del dinero, hace irreales los precios que se convierten en la única referencia a buscar por los habitantes de tamaña fatalidad.
Primer paso para que millones de venezolanos se vean a obligados a trasladarse a países extranjeros donde empiecen a trabajar y a rehacer sus vidas, pero sin olvidarse de pagarle un impuesto a Maduro con el porcentaje que pretende descontarle de las remesas que con toda seguridad enviarán a sus familiares.
En cuanto a la oposición, también sus opciones lucen claras, y ninguna más importante que combinar un amplio respaldo internacional de sanciones y de boicot a Maduro con una progresiva movilización nacional que, ya por la vía de la explosión social, de un pronunciamiento militar o de una intervención extranjera, libere al continente del secuestro de un país que podría estar entre los más desarrollados de la región.
Un duelo que, con toda seguridad, no va a resolverse por la fuerza que acumule un contendiente contra otro, sino por la razón que le asista para defender el legado eterno de la libertad.