La verdad es que uno no termina de perder la capacidad de asombro, la que a esta provecta edad la creía perdida irremediablemente, pero no contaba con la miseria humana de unos seres que no pueden ser calificados de derecha, ni de izquierda, ni siquiera de extremistas, pues lo que dejan traslucir es una ruindad solo comparable con los más bajos especímenes de la jungla. Me refiero, obviamente, a unos energúmenos, sin ideología, que salieron por las redes sociales a objetar, a criticar, la liberación de los presos políticos con el argumento idiota, según el cual “o salen todos o no sale nadie”. Habrase visto mayor estulticia y menor calidad humana, para decir una barbaridad semejante. Poco faltó para tachar de traidores a quienes aceptaron salir de un calabozo para la calle.
Claro que todos sabemos que la liberación de algunos presos políticos, por parte del gobierno, no es ningún acto de transfiguración corpórea, según el cual, de la noche a la mañana, Nicolás Maduro, los hermanitos Jorge y Delcy Rodríguez y el Ministro del Interior, abrazados al Presidente del TSJ, se convirtieron en cándidas palomas, que dejaron el odio y el reconcomio de que han hecho gala en los últimos veinte años, para ser ángeles y arcángeles celestiales. Obviamente eso no ha ocurrido ni ocurrirá, pero de allí a hacer elucubraciones de cuáles serían los secretos motivos que los llevaron a soltar a los presos, es una cosa totalmente baladí e intrascendente. Los soltaron y eso hay que celebrarlo y no aguarle la fiesta a decenas de familias venezolanas que pueden al fin abrazar a sus hijos, padres o hermanos que estuvieron aherrojados en esos inmundos calabozos del régimen, sin un juicio justo ni con las más elementales garantías procesales.
Es verdad, nos pueden decir los chavo-maduristas, que durante los cuarenta años de democracia hubo presos políticos, se cometieron injusticias y hasta atropellos incalificables, pero jamás se perdió la esencia de la democracia. Y no porque lo diga yo, sino alguien que sí arriesgó su pellejo durante la “guerra”, como Teodoro Petkoff, quien al argumentar que el gobierno echaba plomo porque ellos no les tiraban confetis, agregó algo mucho más importante y trascendente, que diferencia a aquellos gobiernos de esta agresiva represión sin motivos serios ni trascendentes. Al argumentar, Teodoro, que los gobiernos democráticos están en el derecho de defenderse, pero sin acabar con la democracia, lo ejemplarizaba de la siguiente manera:
Un ejemplo de cómo eso es posible es la época de los años 60, que fue un período terrible, muy duro, en el cual, desde el punto de vista de la legalidad democrática se produjeron aquí atropellos, crímenes y violaciones muy grandes; pero también es verdad que –sólo a riesgo de deformar la historia se podría negar–, los fundamentos del régimen democrático se mantuvieron y que Venezuela en la década de los 60, aun con las cosas terribles que sucedieron, no era ni el Chile de Pinochet ni la Argentina de Videla ni el Uruguay de los militares, no. La Venezuela de los privilegiados, gobernado por AD y Copei, se las arregló para vencer un desafío revolucionario manteniendo la estructura democrática del país.
Es decir, los comunistas le echaron plomo a la democracia y esos gobiernos “se las arreglaron para vencer un desafío revolucionario manteniendo la estructura democrática en el país”. Es por lo que en la Venezuela de Chávez y Maduro, donde nadie ha salido a combatir al gobierno instaurando guerra de guerrillas, ni rurales ni urbanas, no tiene ningún sentido la feroz represión que dejó más de 130 muchachos muertos y más de 350 presos políticos. Aquí los presos son por represión injustificada, son verdaderos atentados contra la libertad de conciencia y la democracia; pero una vez que el gobierno comienza a rectificar, por la razón que sea, no es para salir como viejas plañideras a llorar el beneficio, sino a hacer lo que hicieron los cuatro gobernadores democráticos que tenemos en Venezuela: garantizar con sus cargos, con su palabra y su resteo, la libertad de los presos políticos.
Si esa era la condición para soltarlos, entonces hay que repetir lo que han dicho los presos liberados (únicos que tienen derecho a opinar sobre el tema con absoluta propiedad) que agradecen el arrojo, la valentía y el resteo de Alfredo Díaz, Ramón Guevara, Antonio Barreto Sira y Laidy Gómez, quienes dejaron sus tareas habituales para instalarse en El Helicoide, junto a los familiares de los presos, para recibir juntos la grata noticia de su libertad.
¿Qué fue lo que llevó al gobierno a soltarlos? Pudo haber sido la presión internacional, la presión nacional, los pedimentos de partidos políticos y ONGs defensoras de derechos humanos, de los gobernadores o de todos juntos, eso no es lo importante. Lo trascendente es que hay unos presos políticos en libertad, que están ahora en la calle, junto a los partidos políticos, los gobernadores democráticos, la comunidad internacional y el resto de la sociedad venezolana exigiendo que continúen saliendo presos de las ergástulas del régimen, hasta que no quede un solo venezolano en prisión por expresar ideas distintas a las de este gobierno. Lo demás es quedarse en agua de borrajas a las que nadie, en su sano juicio, debería quedarse esperando per saeculam saeculorum.
No he oído al primer ex preso político venezolano criticar la medida ni a los garantes, lo que ocurre es que quien haya pasado, aunque sea una sola noche en un calabozo, sabe que es el peor de los castigos. A muchos les pasa por la mente hasta el suicidio, para ahorrarse la tortura a que están sometidos ellos y sus familiares. ¡Libertad para todos los presos políticos! es la consigna, cualquier otra posición sobre el tema… nos tiene sin cuidado.
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