Un manifestante venezolano agoniza en una calle de Caracas tras recibir un disparo en el pecho de un soldado que, para su horror, descubre que ha matado a su hermano menor.
Podría haber sido una historia entre muchas similares ocurridas en las protestas de Venezuela del año pasado, cuando unas 125 personas murieron en choques con las autoridades.
Pero es una escena que cientos de venezolanos han estado pagando por ver casi a diario en salas improvisadas de teatro dentro de una estructura que hasta hace unos años era un bingo y forma parte de una ola de nuevas producciones que reflejan la profunda crisis venezolana.
En las noches, durante los últimos dos meses en el Centro Comercial Ciudad Tamanaco (CCCT) de Caracas, directores, productores y actores locales han protagonizado obras de 15 minutos en 30 salas, con espacio para varias decenas de espectadores, ubicados a escasos centímetros del elenco.
En “Alan”, Francisco Aguana, de 27 años, interpreta a un manifestante asesinado y narra su infancia junto a su hermano Alejandro, a quien llamaba héroe por defenderlo de su padrastro abusivo y de quienes lo maltrataban. Después de que Alejandro se une al ejército y se enferma su madre, Alan no puede encontrar las medicinas que necesita. Entonces sale enojado a las calles.
Aguana contó que él mismo se unió a los cientos de miles que pasaron meses protestando contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro, calificado como “dictadura” por los opositores.
“Honestamente siento que la manifestación más fuerte es hacer esta obra”, dijo Aguana.
Algunas de las obras que se ven en el CCCT hablan de las sombrías realidades de los venezolanos, como los secuestros a punta de pistola y el hambre en las barriadas, mientras las comedias se burlan de las molestias cotidianas.
En “Métete”, la audiencia entra amontonada en un estrecho espacio que busca recrear el sistema del metro de Caracas. Los actores se abren paso entre el público representando a los personajes comunes del metro, como el ladrón de teléfonos y el borracho imprudente.
Las obras son un símbolo de cómo la crisis se ha filtrado en la cultura popular de Venezuela. Los youtubers venezolanos hacen “videos de supervivencia” y las presentaciones de comediantes incluyen problemas cotidianos que trae la crisis. Novelas sobre la fracturada sociedad se alinean en estanterías.
“Como una montaña rusa”
El microteatro ha ganado popularidad rápidamente en Caracas, donde los jóvenes se emocionan de tener un lugar seguro donde pueden relajarse durante las noches, tomando mojitos y comiendo perros calientes durante los intermedios.
“Es como una montaña rusa, te ríes, lloras, reflexionas”, dijo Dairo Piñeres, coordinador de microteatro.
Desde que comenzó la temporada en abril, miles de asistentes han pagado 140.000 bolívares, unos 8 centavos de dólar a la tasa del mercado paralelo, para ver los espectáculos, según Piñeres, y la próxima temporada esperan que lleguen más personas.
Para Jeizer Ruíz, la estrella de 21 años de “Los pollitos dicen”, el teatro es un lugar de acogida para la libre expresión en el ambiente cada vez más represivo de Venezuela.
Ruíz interpreta a Luis Ramón Sánchez, de 16 años, que al crecer se vuelve narcotraficante y se venga del asesino de su madre, su papá. Solo, en la cárcel, el esquelético Luis canta una canción infantil venezolana muy conocida: “Los pollitos dicen, pío, pío, pío, cuando tienen hambre, cuando tienen frío”.
Ruíz dice que la obra lo ayudó a comprender la realidad de la mayoría de los venezolanos. La crisis se une a la pobreza, luchando con la escasez generalizada de alimentos y medicinas.
“En el teatro tenemos la oportunidad de decir: mira esto esta pasando aquí, esta pasando en Venezuela”. Reuters