Miguel Méndez Rodulfo: Chile, problemas de agua en el mundo

Miguel Méndez Rodulfo: Chile, problemas de agua en el mundo

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América Latina, en general es un subcontinente privilegiado en cuanto a disponibilidad de agua de superficie. En este sentido, Chile cuenta con una de las mayores reservas de recursos hídricos, en la zona austral de ese largo país, con los llamados campos de hielo norte y sur; sin embargo, el líquido de la vida no está armónicamente distribuido en su territorio: una zona norte árida, con una disponibilidad de 500 m3/habitante/año, y una zona sur que sobrepasa los 160.000 m3/habitante/año. La falta de agua en el norte ha dado origen a una gran conflictividad social y a una pugna permanente entre los campesinos y los indígenas contra las compañías mineras y otros consorcios. Esta pugna se ha visto avivada, además, por la aparición de los llamados derechos de agua.

En efecto, el Código de Aguas chileno de 1981, sancionado durante el gobierno militar, es una legislación que le otorga al agua un carácter dual: por una parte un bien nacional de uso público, pero por la otra un bien económico. Esta última condición permite la gestión del agua según los criterios y conveniencia de la propiedad privada, con lo cual se anula de hecho la figura pública. Lo económico deja la gestión del recurso a los “mercados del agua”, espacios donde se privilegia la oferta y la demanda, en detrimento de las necesidades humanas de las poblaciones arraigadas. Estos derechos son otorgados gratuitamente y a perpetuidad, no existiendo, en los medios rurales, cobros diferenciados por el uso del agua, ni impuestos específicos, tampoco pagos por descargas de aguas servidas. Pero además, el Código de Aguas permite separar la propiedad del recurso del dominio de la tierra; esta facultad consagra una enorme iniquidad al despojar a cualquier propietario de terreno del uso del agua que irriga su parcela, ya que ésta pertenecería a cualquier compañía minera o consorcio agrícola, al que se le hubiese asignado la propiedad del agua. Esto es ni más ni menos que un despojo de los recursos hídricos, no solamente a los pequeños productores y campesinos, sino a las comunidades ubicadas en el territorio, las cuales tienen derecho humano al agua.





El favorecimiento de los consorcios exportadores ha generado una latente conflictividad social y a una permanente lucha entre intereses contrapuestos. Además ha dado lugar a una concentración de la propiedad del agua, a limitaciones de la población al recurso, a aumentos progresivos de tarifas y a una afectación grave de las cuencas hidrográficas donde escasea el agua.

Un ejemplo de lo anterior es lo que ocurre en Petorca ubicada en los denominados valles transversales, en la zona de transición entre el Norte Chico chileno, y la zona central de dicho país. Los ríos que ocupan estos valles son generalmente de régimen nivoso-pluvioso, es decir, surgen de áreas de nieves en la cordillera y se alimentan con los deshielos primaverales, asimismo sus afluentes. Debido a la escasez de precipitaciones en estas regiones, la lluvia no juega un papel relevante en la alimentación del caudal de estos cursos de agua. En esta región caracterizada por su falta de agua y aridez, se cultiva extensivamente el aguacate y se hace para la exportación masiva. Hay que dejar claro que estas enormes plantaciones consumen cantidades ingentes de agua para su cultivo. Para producir un kilo de aguacate, unas tres piezas, se necesitan hasta mil litros de agua, una cantidad mucho mayor que para cultivar la misma cantidad de tomates o patatas. La región es presa de una pertinaz escasez de agua. Los cauces están secos desde hace años y muchas personas dependen de camiones cisterna para abastecerse de agua. Mientras tanto, las grandes explotaciones riegan sus miles de hectáreas de aguacates con agua proveniente de represas artificiales. Esta apropiación fraudulenta, perjudica seriamente a los pobladores ancestrales y a los demás productores.

Las grandes plantaciones forestales, para producir madera, constituidas por siembras de bosques de monocultivos de eucaliptus, así como de pinos, ubicadas en la región central chilena, son voraces depredadoras de agua. Los pinos y eucaliptos tienen hojas más pequeñas que las de las especies nativas. Esto implica que ocupan una mayor superficie, tanto para la evapotranspiración como para la fotosíntesis. Es decir, al tiempo que pierden más cantidad de agua que las especies nativas, requieren más agua para llevar a cabo sus procesos de fotosíntesis. Las exportaciones chilenas, sobre todo de aguacate, pero también de madera, son virtualmente una transferencia de agua de regiones secas de América Latina a Europa, donde están sus principales clientes.

Miguel Méndez Rodulfo