Hay que estar en los zapatos de un preso político para saber lo que sufren tanto ellos como sus seres queridos. En las peores codiciones de reclusión, también ha de pensar en sus responsabilidades políticas. Todos o algunos pudieron encontrarse cómodos y frescos en el exterior, pontificando sobre lo que se debe o no hacer acá, pero – queriendo y sin querer – han debido pasar y pasan por este trago amargo.
Es fácil despotricar de quienes fueron a la Casa Amarilla y firmaron un documento de compromiso, como si sus críticos más duros y enconados fuesen veteranos de las más arriesgadas luchas contra el régimen. Colocarse en el lugar de los firmantes significa comprenderlos aunque sea mucha nuestra discrepancia. Y esta comprensión obliga a pensar un poco más en el papel que juega un preso que está evidentemente afectado en su capacidad política: un poco eso que los abogados llaman “capitis deminutio”.
En efecto, muy antes, por muy importante que fuese, el preso político preservaba su importancia y jerarquía, pero no decidía la política del propio partido de adscripción. Por ejemplo, por muy jefes que fuesen Gustavo Machado y Pompeyo Márquez, era la dirección del PCV el que los direccionaba y también decidía si debían intentar o no la escapatoria del Cuartel San Carlos, como ocurrió en su momento con las espectaculares fugas de Teodoro Petkoff. Era de suponer, por una parte, que psicológicamente había limitaciones para que ellos decidieran su suerte y la suerte misma del partido y de su política; y, por la otra, la existencia de una doble línea de lealtad.
Ahora, las cosas han cambiado y, teniendo encima la tonelada de sus angustias por sí, sus seres queridos y sus compañeros de causa, se le pide al preso político la más completa lucidez y la más asombrosa demostración de coraje, como si fuese poco lo que ya ha demostrado. Hoy, que falta poco, trata de mantenerse leal al partido del que no sabe hasta dónde llegará su lealtad, porque – así haga los Skypes que quiera desde la casa que tiene por cárcel – la distancia ofrece oportunidades para que una variedad de individualidades y tendencias pugnen por controlar a la organización, teniendo por bandera el sufrimiento de un preso que sólo espera que publiciten su causa. Es más, hay presos en cualquier lado, llámese casa, embajadas o cualquier ciudad en el exterior, que no existen, aunque estén sufriendo en demasía, ya que sus amigos o partidos no envían siquiera un Tweet recordándolos.
De La Rotunda para acá tenemos una vasta experiencia política en la materia, pero ya la olvidamos: no fuimos nosotros quienes sufrimos esas vejaciones. Puedo estar muy contento con el grito libertario del General Vivas o muy disgustado por la caución que, sirviendo de “fiadores”, firmaron los gobernadores que reconocieron a la Constituyente ilegal, pero hay que ponerse en los zapatos del que ha pasado demasiado tiempo bajo extremas condiciones de vida en los calabozos. Estoy convencido de que en lugar de dirigir la crítica hacia ellos, debemos hacerla contra quienes se han aprovechado de la política y, quizá personalmente, de esa prisión. El pasado nos da pautas para el futuro, tomemos sus enseñanzas y recordemos cada día a todos nuestros presos de conciencia. Venezuela no se rinde. Seguirá luchando.
@freddyamarcano