La destrucción del dinero por la hiperinflación ha dejado al régimen con cada menos posibilidad de incidir en la sociedad al menos positivamente. Pero la destrucción del dinero en una sociedad moderna no sólo es destrucción económica, es también destrucción social, institucional y cultural.
El dinero es la máquina de fabricar ilusiones en cuanto expectativas sociales sobre el modo de vida a que se aspira a vivir tanto en el marco de una generación como para las generaciones futuras. En Venezuela si algo indica los actuales niveles de emisión de población que se califica como la diáspora venezolana es que las expectativas sobre el futuro son negativas. Somos como espacio geográfico un país secuestrado por el socialismo en el siglo XXI, que en su afán de permanecer en el poder está causando una enorme tragedia humanitaria, que ya se hace evidente para la Comunidad Internacional.
Esto ha traído como consecuencia que el régimen ha perdido la posibilidad de incidir social y políticamente, porque las promesas en bolívares carecen de valor. Los ofrecimientos de bonos o de recompensas ya no pueden movilizar las emociones de otrora. Es por ello que a pesar de todas las promesas para que la población votara el 20M cayeron en oídos sordos porque da igual tenerlo que no tenerlo: las bolsas CLAP, los bonos no alcanzan para cubrir un mínimo nivel de supervivencia. Incluso para muchos la amenaza de dejarlos sin trabajo no les afectó, porque las remuneraciones tampoco alcanzan. La gente está dejando los trabajos formales para dedicarse a actividades donde sus capacidades queden mejor remuneradas, o al trabajo informal, o se están yendo del país.
La capacidad de torcer el rumbo político sobre la base de sobornar a la población con ofrecimiento de dinero se terminó en la medida en que el bolívar es una moneda que nadie quiere, en la medida en que este régimen perdió toda posibilidad de ir a los mercados financieros internacionales para obtener divisas que le permitan refrescar la economía y renovar su capacidad de chantaje sobre el país.
Esta situación es el indicador más importante de la inmensa debilidad del régimen, de que debemos renovar los esfuerzos por terminar esta pesadilla política en este momento en que convergen las condiciones objetivas y subjetivas para producir un cambio político radical que nos devuelva la Republica y la vida democrática.