Cualquier comparecencia pública de Maduro Moros, sirve para ratificar nuestra impresión en torno a la distribución y uso del tiempo oficial. Siendo tan complejo el despacho del Miraflores que usurpa, le dispensa una atención propia de la atrabiliaria concepción del poder que cultiva.
Por ejemplo, en el reciente encuentro que sostuvo con el llamado Estado Mayor Superior Ampliado de la Fuerza Armada precisó que el estudio de los venideros ascensos militares, lo ha llevado a revisar las cajas contentivas de las carpetas de las promociones que detallan. Ha consumido madrugadas enteras en una faena que completará al llegarle las cajas que almacenan todas las aspiraciones al generalato y al almirantazgo, a finales del presente mes.
Después, en la emisión referida, anunciando el nombramiento de la nueva vicepresidente ejecutiva de la República, aseguro que personalmente se concentrará en la nueva estrategia integral de la estabilidad económica. No faltaba más, no dormirá, recordando los afanes de su antecesor, como si – de ser cierto – fuese toda una heroica distinción el recurrente sacrificio, y no la revelación de un desorden de la agenda de trabajo y, lo que es peor, de las precariedades institucionales alcanzadas.
El ejercicio legítimo de la titularidad del poder, requiere – ante todo – de una convincente, esmerada y experimentada conducción de la orquesta y, sólo muy excepcionalmente, el director puede ejecutar algún instrumento, corriendo el riesgo de un fracaso – además – estridente. No se sabe de las periódicas reuniones del gabinete ejecutivo y de la aprobación de los puntos de cuenta ministeriales con quien ha de presidirlo, recordando – ahora – aquellos pasajes de la biografía de Kershaw en la que aludía a los ministros que, por dos o tres años, no se habían reunido con Hitler: el conciliábulo de los distintos y hasta innecesarios vicepresidentes, no configura consejo alguno de ministros.
Las tareas individualísimas a las que alude Maduro, trenzado a una perspectiva bodegueril del poder, manifiestan una quiebra de la institucionalidad y, por el empuje y presión de los problemas, una necesaria colaboración de los servicios del G-2 para atenuar la carga, desconfiando de los propios. Detrás de los ornamentales organigramas, el régimen de fuerza también lo es hacia las interioridades del clan de sus beneficiarios.