Una vez más la relación salario mínimo-precios se articula en una espiral viciosa que parece no tener límite. Cada nuevo decreto de aumento salarial es una burla, un engaño, que asume una mermada capacidad de razonamiento por parte de los trabajadores. No es nueva esta guasa de la revolución. En esta misma columna escribíamos en mayo de 2011, en tiempos del lenguaraz eterno: “La carrera entre el salario y la inflación recuerda la historia de Sísifo, aquel personaje de la mitología griega, condenado a perder la vista y empujar perpetuamente una piedra gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, y así indefinidamente “. En aquel momento ya iban doce aumentos de salario mínimo, que uno tras otro eran aplastados por el peñasco inflacionario. La diferencia trágica con el presente es que entonces el índice inflacionario rondaba 30 % anual, hoy los precios aumentan a razón de 150 % mensual.
La inútil persecución de los precios con cada aumento del salario no solo agota los bolsillos y la psiquis de las familias consumidoras, es también un factor destructivo de la economía nacional. En una política armoniosa, salarios y precios deben guardar celosa correspondencia con la producción y la productividad global de la economía. En tiempos de la democracia, estos factores se concertaban entre gobierno, trabajadores y empresarios, asesorados para la toma de decisiones por entes profesionalmente capacitados, como el Banco Central de Venezuela (BCV).
Decidido unilateralmente y con un BCV desmantelado, cada decreto salarial provoca la desaparición de empresas, y ahora, como nuevo fenómeno, desaparecen también obreros y empleados que, con salarios de hambre, prefieren aventurarse a la economía informal o hasta emigrar del país.
En la mitología griega, Sísifo fue castigado por Zeus y Hades, en nuestro tiempo, Sísifo, redivivo en los trabajadores, es condenado nada menos que por una supuesta revolución proletaria.