He considerado desde hace tiempo, que en Venezuela se dan las teorías inversas y las lógicas revueltas. El anuncio de un aumento salarial debería de erigirse como un aliciente sin pretextos para esbozar una sonrisa y soltar algún suspiro de alivio. Pero en la calamidad nacional, este incremento sólo agrava la ruindad y decadencia social, económica y política a las cuales no les recetan escapatorias.
Es un desagravio instantáneo. Una desfachatez sin rodeos. Lo notifican con escándalo y parafernalia, cuando la nación está molida a palos en su estado de destrucción masiva. Hasta el aumento suena inoportuno, fugaz e impertinente. Nada resuelve los bolsillos desechos y la nostalgia irreparable de los que no tienen alimento.
Este incremento del salario mínimo alcanzará a duras penas para adquirir un quilo de carne. No sirve ni para el presupuesto escaso de una mesada de infante. Es una burla empecinada por recordarnos que más del 85 por ciento de la población están en la pobreza y que existe un fervor desmedido por subir el porcentaje.
Impera tanto la indignación, que se habla de paros masivos en los próximos días. En el Zulia los acalorados apagones tienen en un nivel de hastío tan mayúsculo, que probablemente ya ni se vean a las maltratadas iguanas -culpadas por el Gobierno de roer los cableados-, siendo quizá consumidas a pedradas por la población alteradas o en un plato poco suculento en plena consternación del hambre compartido.
No hay alivio a la carencia ni intenciones serias para mermarla. La única determinación congruente de la gente es la de emigrar sin mayores reflexivas. El propio Parlamento Europeo, con una audacia providencial y un asombro exorbitante, enviará sendas delegaciones a nuestras fronteras para evaluar el éxodo compulsivo de la población hacia los países vecinos.
Los eurodiputados desean calibrar el reto humanitario, como bien lo han dicho, mostrando solidaridad con los “desplazados y refugiados” de nuestro país. Casi un millón de compatriotas se han ido por esos linderos entre 2015 y 2017, situación a la que estos diplomáticos han catalogado de “tragedia” y de “política fratricida contra el noble pueblo venezolano por parte de su Gobierno”.
Posición semejante asumió también el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al Hussein, quien encargó a la Corte Penal Internacional a que tome cartas en el asunto, sobre los graves abusos cometidos en nuestro país, ante la “impunidad generalizada y la inacción del Estado”.
Estas dos instancias coinciden en que el Gobierno venezolano no posee la capacidad y mucho menos la voluntad, para resolver las precariedades de la mesa nacional, así como la de procesar y castigar a los responsables de las graves violaciones de los derechos humanos.
La ONU le ve lógica, tal vez, al enfriamiento repentino de las calles. Quién arriesga el pellejo frente a los “homicidios, presuntas ejecuciones sumarias, uso excesivo de la fuerza en contra de manifestantes, torturas y detenciones arbitrarias a manos de los componentes de seguridad”, como lo publicase en el segundo informe de esta organización respecto al tema.
No existe aumento monumental ni discurso frenético para calmar las perturbaciones del hambre. Pero andar entre escombros no implica el bajar la fe y la valentía para luchar por los ideales. La libertad es una siembra que se ramifica en las raíces categóricas de la lucha, el empeño y los planes diversos para obtener esa paz anhelada.
@Joseluis5571