Samson Siasia había puesto el 1 a 0 a los ocho minutos en el segundo partido de Nigeria en su primera participación en Copas del Mundo. Pero a los 21? y a los 28? dos genialidades de Claudio Caniggia y de Diego Maradona sentenciaron aquel partido del Mundial de Estados Unidos 1994. Los goles son anécdotas, de acuerdo con lo reseñado por Infobae.
La circunstancia más recordada de ese partido sucedió después. Ninguna de las cincuenta mil almas que colmaron el Foxboro Stadium de Boston sabía que había sido testigo del último partido de Maradona con la celeste y blanca.
El 25 de junio de 1994 declaraba su inocencia. Hospedaba la iconografía de un líder de vaivenes exagerados: fue el epílogo de un genio, el desencanto de una selección, el llanto de una nación y la indignación de un pueblo. Porque entre festejos y felicitaciones, postales habituales de un partido recién finalizado, una mujer vestida de blanco acompañaba de la mano al mejor jugador del Mundial. Se lo estaba llevando, en una representación casi poética.
Maradona nunca más volvió a jugar un Mundial. No volvió a vestir más la camiseta de Argentina. En la retina popular, la culpa la tuvo esa mujer vestida de blanco. Le bastó treinta segundos para permanecer indeleble en el odio, el misterio y las teorías de conspiración. Acusada de ser agente infiltrada en un acto de corrupción deportiva por la idiosincrasia futbolera, en un argumento banal que denuncia que “nunca se vio a una enfermera entrar a la cancha para llevarse a un futbolista al control antidoping”. ¿Quién fue esa “viuda blanca”? ¿Por qué llegó, expulsó a Maradona del Mundial y desapareció sin justificaciones?
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