Las noticias son desoladoras en Venezuela. Correos informativos como La Ceiba, envían titulares así: más de 2.000 venezolanos con cáncer mueren por la crisis sanitaria. El Estímulo: falta de quimioterapias en el hospital Padre Machado causa llantos en pacientes con cáncer. Mueren 3 pacientes renales en menos de 24 horas en Lara. AN aprobó informe que responsabiliza al Gobierno por la crisis sanitaria. El Pitazo: 19 niños fallecieron por difteria en el Pediátrico Menca de Leoni en Bolívar.
La Organización Panamericana de la Salud detectó 1.558 casos de sarampión en 2018; un aumento de 114,31% respecto de 2017. En informe del 21 de junio destaca las dificultades de acceso a los medicamentos, algunos agotados desde hace casi un año y la consiguiente expansión de enfermedades como malaria, difteria, sarampión, VIH y tuberculosis, con muertes evitables si los pacientes hubieran tenido tratamiento adecuado.
Igualmente, la emigración creciente de personal médico y de auxiliares de la salud complica la situación en centros hospitalarios, atención ambulatoria y primaria. Según la Federación Médica Venezolana, hoy hay un tercio menos de profesionales del área que en 2014.
Pese a su capacidad instalada, la funcionalidad de los servicios y el cumplimiento de las tareas esenciales de salud pública son casi inexistentes. Urgen plan de acción y correctivos inmediatos del Estado en cooperación técnica con países de la OPS para superar el colapso. A pesar de las contundentes conclusiones, el Gobierno parece no ver lo que el informe revela.
Una foto tomada en el andén del Terminal de Barquisimeto muestra a un anciano estirado en el piso, muerto, por hambre, de un paro cardíaco. Es otro aspecto terrible de la crisis venezolana: el régimen favorece a los “enchufados” y estimula la corrupción sin ningún freno moral mientras que muchos de sus seguidores, por oportunismo o inmediatismo, por candor o por cinismo, han sido víctimas trágicas de la sordera e insensibilidad de quienes dominan y ejercen abusivamente el poder.
Ocurre entre los crédulos del chavismo, al ser asesinados por el hampa desbordada como hace pocos días lamentamos la muerte del artista Evio Di Marzo, o por las supuestas fuerzas de orden público, que también reprimen brutalmente o chantajean, o al morir de inanición o por falta de tratamientos y medicinas.
El odio y el revanchismo social son el motor de cambio aparente cuando en realidad se trata de un Estado forajido y criminal, dominado por mafias de militares y civiles de todos los niveles que han destruido la economía, pisoteado la cultura nacional y la educación de calidad, envilecido a sectores mayoritarios de la población, arruinado el país y saqueado el tesoro público
La camarilla que gobierna busca incrementar el clientelismo y la dependencia asistencialistas. Lo hace de manera excluyente, incluso entre sus partidarios, cuando critican, divergen o se niegan a la sumisión. La consecuencia es el desamparo de los ciudadanos por parte del Estado, en especial de los más vulnerables y entre ellos, niños y población de adultos mayores.
En Colombia las noticias son alentadoras. Las perspectivas de cambio constructivo, sin dar tregua a delincuentes, clientelismo, corrupción y politiquería, se fortalecen con la victoria de Duque para la Presidencia. Marta Lucía Ramírez, una vicepresidenta de lujo. Confirmados los resultados, contrastó su discurso de hombre de Estado, con visión de largo plazo, generosidad, altura y conciencia de la responsabilidad que implica su función pública para servir a la gente y a favor del bien común, con el discurso de Petro.
Reactivo, rencoroso, revanchista, desafiante, no ocultaba su ambición de poder por el poder mismo, su actitud demagógica populista, su vocación autocrática. Han triunfado la decencia, la democracia, la honestidad, la esperanza de restaurar la confianza en las instituciones y la transparencia para gobernar por todos y contra la violencia.