Había un problema, a Pablito le gustaba Elvis Presley. Y para la revolución que a alguien le gustara un gringo no era aceptable y de paso, él era demasiado “hippie” cosa que en Cuba no estaba bien visto, así como a cualquiera que tuviera un afro y fuese de descendencia menos gallega. En fin, que en aquella época solo podían llevar el pelo largo y las mismísimas barbas de Jesús, siempre que se vistieran de verde oliva y hablaran una jerga inventada a cinco mil millas náuticas del mar Caribe. Pero aquel no era el caso de Pablo, quien guitarra en mano soñaba con algo más, soñaba con ser como Elvis.
Por Thays Peñalver @thayspenalver
Como ese comportamiento era inaceptable, decidieron romperle sus sueños. Lo llevaron a un campo de concentración donde tenía que trabajar de cinco de la mañana a ocho de la noche, sin posibilidad de algo que no fuera que le sangraran las manos. Le quebraron el alma. Pablo lo entendió todo muy bien, sobre todo aquella retórica de que: “El trabajo dignifica” de los campos de “propósito especial” de las Checas. Otro copiado al pie de la letra: el de “Honor y gloria al trabajo” de los campos comunistas de reeducación que también se llevaron a Solzhenitsyn para que entendiera mejor de que iba el asunto aquel de ser un “libre pensador”.
Pero Pablito tenía otro problema, era obstinado. No entendía por qué los señores barbudos y de verde oliva trataban de coartar su pensamiento y sobre todo unificar su manera de pensar con la del vecino, obligándolo a que tuviera que repetir mil veces unas consignas que no eran cubanas, así que organizó una pequeña rebelión y con otros doscientos se fugaron y dieron a parar al mismísimo centro de poder de los barbudos. Y así entró Pablo, a explicarles lo mal que se vivía en el campo de concentración y los tormentos sufridos, cuando de pronto se dio cuenta que todos estaban vestidos del mismo color, todos llevaban las mismas barbas y pronto los que no estuvieran de acuerdo con aquella uniformidad fueron, execrados o en algunos casos amarrados a un palo, les vendaron los ojos y los ejecutaron. Otros murieron en extrañas circunstancias o la mayoría terminó desterrada para siempre.
A Pablo lógicamente se lo llevaron a golpes y en una mazmorra le hicieron entender bien el asunto de Elvis.
A Orlando y a Jaime no les fue mejor. Decidieron servir a Dios, el primero como sacerdote católico y al segundo como Pastor protestante. A Orlando lo sacaron como al resto, una turba entró a su iglesia al grito de: “curas, cabr…es /que se quiten la sotana/ y se pongan pantalones” y se lo llevaron a ser reeducado, mientras que al segundo le reventaron una costilla y jamás le dieron atención medica, sufriendo las secuelas de la crueldad de por vida.
Jorge era una promesa del piano en el Conservatorio Falcón, pero se lo llevaron, porque era un grave error para la revolución por su “condición”, era homosexual. Lo enviaron a un campo rural donde se horrorizó al observar un letrero en la entrada que rezaba: “El trabajo los hará hombres”, día a día tenía que cortar caña de la mañana a la tarde y el maltrato fue tal que sus manos, las del pianista, quedaron hechas trizas a tal punto que al ver su futuro destruido decidió suicidarse tomando una dosis mortal de fertilizantes. Le fue mucho mejor a Héctor quien fue llevado al mismo campo y por las mismas razones, por ser “bailarín”, y aunque le arruinaron su carrera el destino le sonrió convirtiéndolo en un celebrado dramaturgo. Para salir del campo solo debía: “perder las plumas” como llegó a decir en una entrevista: “No fue fácil la sangre derramada, el suicidio de los más débiles, la saña de los guardias golpeando a los que no querían trabajar, ver que incendiaban los cañaverales cuando alguien se escondía en ellos para escaparse y verlos salir convertidos en teas vivientes a gritos y corriendo, el escorbuto por la avitaminosis —a veces, en una conversación salían volando los dientes—, las anemias, la sarna, el asedio de las chinches, piojos y ladillas”.
Pero hay que imaginarse también que tras cada caso, en cada familia se regaba como un polvorín el hecho de que: “se llevaron a fulanito” acusado de “andar con extranjeros”, “no sabemos donde está zutanito” se lo llevaron por “corromper a los jóvenes (era escritor) y así el éxodo fue también masivo impulsado por el pánico de la gente educada a la que se llevaban “por parecer homosexuales”. Profesionales, pintores, escultores, artistas, cantantes y sobre todo libre pensadores, no solo fueron arrastrados a los campos “de trabajo” como lo siguen sosteniendo algunos cubanos actualmente, de la misma manera que los nazis llamaban a los suyos “campos de trabajo”, sino expulsados de Cuba a la carrera por el miedo a la vorágine revolucionaria.
Los campos de concentración cubanos no cesaron hasta que la presión internacional fue tremenda, a tal punto que hasta Jean Paul Sartre denunció indignado: “Castro no tiene judíos pero tiene homosexuales” y aquellos que creyeron en los cantos de sirena del barbudo y que además le brindaron su apoyo, comenzaron a criticarlo abiertamente.
Por eso no queda duda de lo terrible e inenarrables los tratos inhumanos y crueles que sufrieron los cubanos en cautiverio los primeros años de la revolución y durante, que el mismísimo Fidel, el jefe de los barbudos asesinos ya cercano a su propia muerte confesó: “Sí, fueron momentos de una gran injusticia, ¡una gran injusticia!, la haya hecho quien sea”. Poco original el barbudo, quien utilizó la misma excusa del alto mando político y criminal del nazismo cuando intentaron justificar el genocidio: “en esos momentos no me podía ocupar de ese asunto… Me encontraba inmerso, principalmente, de la Crisis de Octubre, de la guerra, de las cuestiones políticas”, palabras de Goering durante los juicios de Núremberg, quien alegaba ante el jurado que estaba demasiado ocupado en la defensa aérea como para estar averiguando que estaban asesinando o torturando a millones de seres humanos.
Pero es con el caso de Silvio Rodríguez, con quien quiero explicar como funciona el peor de los campos de concentración revolucionarios. Porque a éste a diferencia de Pablo, le gustaban los Beatles, en un país donde no podían gustarle, así que se atrevió a decirlo públicamente y lo despidieron de su programa de televisión. Como Silvio para la época era historietista de periódicos dijo que no le importaba porque regresaría a su oficio y entonces se encontró con estas palabras: “Pues desde ahora Ud. no puede trabajar en nada de la Revolución! ¡Largo de aquí!”. Tuvo suerte, porque esos “trabajos de la revolución” eran abominables, desde enterradores en los cementerios o de los campos de concentración hasta trabajos de una bestialidad indescriptibles.
Cuenta la leyenda que un psiquiatra amigo le dijo unas palabras verdaderamente mágicas: “olvídate de la política y sálvate tú”, consejo que entendió de maravilla, a tal punto que optó por repetir a pies juntillas las bondades de la revolución y así, como muchos otros se convirtió en uno de los tantos voceros de las aventuras de Fidel, que aprendieron que solo bastaba con repetir hasta el cansancio la retórica del monarca, para ser parte de su cohorte, ese montón de colaboradores que nunca jamás se ha salido del guión, como sí lo hicieron Carlos Aldana, Roberto Robaina o como Felipe Pérez Roque y terminaron acusados todos de “andar con extranjeros”. De manera que si existe un campo de concentración pero que el de las tortura y la muerte, es el mental. Porque hay presos que aunque estén privados de su libertad por su forma de pensar, en realidad son más libres que muchos de los que están afuera.
Y allí surgió Silvio, componiendo entre muchas canciones, algunas para: “campañas patrióticas (..) que me han pedido para fechas determinadas” o contando cuentos sobre como Cuba pescaba “moles de pescado” en el también gigante barco Playa Girón, sin mencionar claro está que su nombre real era “Poslava” y era un regalo de los soviéticos o como Fidel saltaba a libertar a los angoleños enviando cientos de tanques y aviones, como si el mismísimo barbudo de marras los hubiera construido, sin lógicamente reconocer que también eran un regalo de los soviéticos y mucho menos aún, que lo único que hicieron fue ayudar a la masacre en una guerra civil, pues los angoleños se habían libertado el año anterior y justo al salir Cuba de allí, se entregaron al capitalismo más salvaje.
Y ese es el problema real de los campos de concentración revolucionarios. En éstos se tiene como objetivo que el hombre pierda siempre la condición de ciudadano y se adquiera por sumisión la de súbdito, porque de tanto atarse al guión de los monarcas, terminan constituyéndose en una sociedad donde solo hay una opinión que todos comparten, la del emperador. Por eso existe solamente una gesta y solo se repiten una y otra vez las glorias del pasado siempre sobredimensionado de la monarquía, así como también por eso se celebran las fechas patrias del ataque a los primeros cuarteles en los que participó el monarca, se celebra el día de su desembarco como un gran conquistador, el aniversario del día en que entró a una ciudad o de cuando asaltó al palacio de gobierno; la celebración de su triunfo y en especial del día en que expulsó a los yankees. No hay nadie más que él, pues hasta los muertos en actos solemnes hablan igual y tiene su misma idea, sea Martí, Bolívar o el Che Guevara.
Es sumisión porque hay que tener lealtad a las ideas del monarca, aunque estén erradas o lleven a la destrucción de un país entero y porque contrariarlas, los llevaría al castigo. ¿Qué buscan? Convertir a los pueblos en masas profundamente victimizadas.
¿Qué por qué son los peores campos de concentración? Porque desde que los más conocidos, es decir a los que llevan la gente a la fuerza, fueron concebidos durante la Revolución Francesa en nombre de la “Igualdad y la fraternidad”. Pero nunca, jamás lograron su cometido, al libre pensador como Pablo Milanés le siguió gustando Elvis, Jaime Ortega llegó a ser Cardenal, Orlando Colas nunca se separó de Dios y el dramaturgo Héctor Santiago, como se cansó de explicarlo, jamás perdió las plumas.
Pero el segundo campo de concentración, el peor de todos se obtiene por decisión propia, es autoimpuesto en pocos casos por convicción porque en la mayoría de los casos son por simple supervivencia y en no pocos, por poder dar conciertos en los imperios, o en recintos propiedad del águila que ata el cuello al obrero y ganar bastantes dólares, para poder terminar pagando mil o un millón, por unicornios azules.
Lastima que a Silvio, nunca le pudiera tocar el piano Jorge. Habría sido una Cuba mucho, pero mucho mas hermosa, que la que dejaron los barbudo