Es un paredón de fusilamiento. Se hieren hasta desangrarse. Se ha convertido en una guerra de verdugos contra verdugos. Así está el tuiter en Venezuela. Se ha traspasado la línea de la discusión de ideas para afincarse en la descalificación entre opositores, como si de demostrar quién es el más fuerte se tratara. El que más insulta y descalifica cree ganar la partida, sin darse cuenta de que mientras más brechas abrimos entre nosotros, más nos alejamos del objetivo común: salir del gobierno de Nicolás Maduro.
La guerra es a cuchillo entre los abstencionistas y a quienes se les ha denominado falconistas por votar en las elecciones del pasado 20 de mayo; los radicales, que apuestan a salidas alternas a la electoral como la “dimisión del tirano ya”, o los que le han jugado todos los quinticos a la intervención inmediata de la comunidad internacional. Aunque son posiciones diametralmente opuestas, en teoría todas persiguen el mismo fin.
Seguir en estos dimes y diretes sólo nos hace daño a nosotros. En esa pugna el Gobierno sale ileso. Hay un país entero que reclama soluciones urgentes. Desde hace rato la gente está boquiando en su intento de por lo menos comer cada día. Los precios suben a diario de una manera grosera y la dirigencia opositora aún no define la ruta. El Frente Amplio sigue sin tener personalidad, no es ni chicha ni limonada; de la Mesa de la Unidad Democrática nada sabemos, y de la Comunidad Internacional tenemos apoyos en su justa medida, con énfasis en que sólo respaldarán lo que los venezolanos decidan.
Sin embargo, representantes de la MUD anunciaron el domingo que esta semana presentarán, en unidad, una hoja de trabajo donde lo esencial será abordar la crisis socioeconómica que nos ahoga… Ver para creer. Para que cualquier estrategia funcione, lo primero que deben hacer es sincerarse. Quienes integren la unidad opositora tienen que estar en el país, tomándole el pulso diario a la crisis nacional. No se puede seguir girando instrucciones por whatsapp, skype o FaceTime. Se requieren decisiones urgentes que no pueden esperar las consultas a Nueva York, España, Estados Unidos o México. Quien se siente en la mesa debe tener voz y voto. Quien no pueda regresar al país, entonces que se dedique a sus funciones internacionales sin retrasar las acciones locales.
La gente necesita verdades. Una evaluación sincera sobre los logros obtenidos con la abstención y los avances de las conversaciones con la comunidad internacional sería un buen comienzo para lo que viene. Si hay que asumir errores, que pongan la cara y hablen claro. Se avecinan nuevos escenarios electorales y seguimos inmersos en una abstención que no aporta soluciones concretas a la crisis. Entonces, ¿seguiremos regalándole al chavismo todos los espacios de poder y decisión?. Llegó la hora de echarse agua fría en la cabeza y usar la razón, dejar a un lado los egos y las pasiones para evaluar cada escenario en su estricta dimensión. La euforia sólo nos ha llevado a cometer errores porque se sobredimensionan opciones y se descalifican otras sin medir consecuencias. Cada día estamos más entrampados en un laberinto del que será muy difícil salir si no deponemos las armas y hacemos mea culpa.
¿Qué ruta asumiremos como oposición si se convoca a un referendo aprobatorio de una nueva constitución? ¿Seguiremos en el camino de la abstención para que el gobierno haga lo que le dé la gana porque le dejamos la vía libre? ¿De convocarse un revocatorio en contra de los diputados de la Asamblea Nacional, éstos se conformarán con suicidarse políticamente llamando a la abstención? ¿O impulsarán el camino electoral para preservar legalmente el mayor espacio legislativo que recuperamos en 2015 después de 10 años de hegemonía absoluta del chavismo? ¿Qué haremos como oposición en caso de que deban convocarse a elecciones inesperadas por imponderables que sucedan con algún gobernador o alcalde? ¿Cederemos el espacio conquistado, en caso de que éste sea opositor, o lucharemos por recuperarlo, en caso de que sea chavista?
La Comunidad Internacional ha hecho lo que puede. Seguir soñando con la llegada de los marines es, cuando menos, irresponsable. Creer que Nicolás Maduro dimitirá es un acto de inocencia extrema o una burla a la inteligencia de los venezolanos. Pedir un alzamiento militar es rifarse una barajita que puede resultar mucho peor de lo que tenemos, y continuar pasivos ante una realidad que supera con creces lo que cualquier ser humano puede y debe soportar, es jugar con candela ante la posibilidad cierta de un desenlace incontrolable.
Es mucho el trabajo por hacer, y hay que comenzar ya. Los venezolanos no estamos para perder el tiempo. La crisis nos devora a cada minuto en medio de una pesada sensación de abandono y orfandad. Ojalá la dirigencia opositora de todas las corrientes entienda que ese 80% de venezolos que rechaza a Maduro, también los terminará rechazando a ellos sino se unen para acabar con este ciclo histórico nacional que tanto daño ha hecho a Venezuela y a los venezolanos.
Gladys Socorro
Periodista
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